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SIN ESPINAS

La mayoría silenciosa

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura3 min
Opinión08-11-2004

Tras lo acontecido en los EEUU cabría pensar que las mayorías silenciosas no sólo existen sino que son un fenómeno sociológico que hay que estudiar más en profundidad. Se dice que son los indecisos los que inclinan la balanza en muchas elecciones, sobre todo, en las de la España actual. Sin embargo, casi 4 millones de diferencia en el voto popular de los comicios norteamericanos son demasiados sufragios para tildarlos de indecisos. Tal vez detrás de ese voto estaban los más convencidos, tal vez eran unos cobardes incapaces de proclamar a diestro y siniestro qué candidato defendía mejor sus principios o valores. O quizás, han sido los votantes más prudentes, pacientes, expectantes y observadores que en medio de tanto marasmo y confusión esperaron hasta tenerlas todas consigo para emitir su voto y dejar claro quién quieren que les gobierne los próximos cuatro años. Es bien conocido que gritar más alto no significa tener la razón, como que desear una cosa no significa poseerla; aunque se esté más de cerca de empezar a luchar por ella. Por eso, en las cosas controvertidas, parece poco recomendable hacer campañas con eslóganes simplones que apelan a los instintos más bajos de la masa más inopinada. Las demagogias baratas, las falacias continuadas, los sofismas descabellados y las apologías tendenciosas traen- como en el caso que nos ocupa- grandes sorpresas de última hora. No le arriendo las ganancias al que haya tenido que votar en EEUU porque allí parece todavía más difícil decidir siquiera por el mal menor. Pero subestimar a la mayoría silenciosa o, lo que es peor, no tenerla en cuenta a la hora de hacer legislaciones o tomar decisiones es el principio del fin de un político, de un periodista o de un empresario que se precie. ¿Cómo puede un político conocer lo que piensa esa mayoría silenciosa si esa mayoría piensa pero no lo dice abiertamente? Si habla, deja caer su opinión cargada de sentido común y despojada de toda moda o interés coyuntural pero después de recibir el bramido del insensato resuelve que no le merece la pena discutir cuando al final tanto él como su interlocutor tendrán la misma posibilidad de decidir delante de una urna. Gesto pusilánime pero común entre estas mayorías a las que, por otro lado, les preocupa más llevar pan a la mesa de sus hijos que conspirar contra o a favor del Gobierno en los clubes de alterne. Yo, sinceramente, me alegro sobremanera de lo acontecido en EEUU, no por quien ha ganado sino por lo que significa el fenómeno que describimos, ese voto rural y tradicional sobre el que ahora descargan todas sus iras los sorprendidos. Es decir, que la mesura y la prudencia perdura allí donde el hombre todavía mantiene un nexo muy fuerte con la naturaleza y sus raíces; y que la estulticia, la obcecación y la atrevida ignorancia que sólo sabe gritar: estos son buenos y estos otros malos, galopa como un cáncer en este urbano, mediatizado y agitado hombre de la postmodernidad. Visto está por tanto, que el que calla no otorga.

Fotografía de Javier de la Rosa