SIN ESPINAS
El candidato Bin Laden
Por Javier de la Rosa2 min
Opinión28-10-2004
La Junta Electoral de la democracia mundial ha decidido otorgar su espacio gratuito de campaña al candidato Bin Laden. Convertido en líder de masas por ser el mayor terrorista de los últimos tiempos, los mensajes del saudí son retransmitidos a bombo y platillo por todas las televisiones del mundo y, por ende, a todos los habitantes del planeta que dispongan de una caja tonta. El aval que justifica la desmesurada cobertura que se le da a este sanguinario es haber ejecutado el mayor y más espectacular atentado de la historia. Conclusión: el terror no sólo intimida sino que en la estupidez contemporánea es un argumento de peso que otorga una sin par credibilidad a la bestia. Igualada su incursión en las elecciones presidenciales a emperador del mundo, y equiparado su discurso al de los candidatos, los periódicos titulan al día siguiente que tras el video y las palabras de Bin Laden persiste el empate entre los aspirantes. Un signo más del nefasto poder que se otorga interesadamente al moro de la chilaba y el turbante. El único y principal objetivo del terrorismo es la obtención de sus fines políticos a través de la violencia; y su mejor arma para conseguirlo no es sólo la consecución del atentado sino, en mayor medida, el eco que tengan sus acciones. Por tanto, quienes sin filtro alguno e impunemente reproducen los mensajes de los terroristas o los aprovechan para reforzar sus mensajes partidistas no son otra cosa que cómplices directos de su pervivencia. La cultura actual asimila la dialéctica terrorista como algún tipo de contrapoder en el que efectivamente unos mueven el árbol y otros recogen las nueces. Los recolectores de esos frutos podridos por la sangre de víctimas inocentes están destruyendo su casa a base de tirar piedras contra su propio tejado. Bin Laden es un millonario loco y narcisista cuyo único medio es la violencia y cuyo único fin es la venganza del ojo por ojo. Por tanto, sólo las fuerzas y cuerpos de seguridad de los estados deberían analizar y responder a sus bravatas con acciones efectivas. Y, sin embargo, los estúpidos occidentales le dejamos que entre cada vez que quiera en el cuarto de estar de nuestra casa para que opine sobre el modo de vida que pretende aniquilar. ¡Imbéciles!