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La voz de los que importan

por Gema Diego

Gema Diego.- Dicen que los que importan no tienen voz, y cuando alguien se erige en su defensor se le tacha de falsedad. La voz de los que importan no quiere notoriedad, surge de repente para reclamar cordura y, cuando los focos se apagan y los periodistas han hecho pasto y rumiado sus palabras hasta la extenuación, regresa al lugar de donde salió para hundirse en el silencio y el recuerdo. Así le sucedió a Pilar Manjón cuando quiso ponerle rostro a los únicos que importaban -o al menos, debían importar- un trágico 11-M que adornó, ya para siempre, con un crespón negro al año 2004.

Los que importan son tantos como gotas de agua en el mar, pero su mensaje se ve asfixiado por el griterío de los necios, que quieren imponer una verdad tan falsa que no es capaz de salir más allá de sus fronteras relativistas. Para ellos, la verdad sólo la dicta lo que sale en los medios, con todo lujo de detalles, comentarios, retransmisiones, dimes y diretes. Importante fue el regreso de los Juegos Olímpicos a Atenas, la victoria de España en la Copa Davis y la de Grecia en la Eurocopa. Pero verdad es también la del niño que corre y se entrena sin descanso en las pistas de su barrio.

Jugamos a adivinar el futuro con lo que creemos que importa, y así, unas semanas antes del 14 de marzo, tras la despedida de José María Aznar, los profesores de mercadotecnia política vaticinaban en las aulas un ajustado triunfo electoral de Mariano Rajoy. Pero hubo que tragarse los análisis ante la amarga e importante verdad. Y tuvimos tropas que regresaban de Iraq y una sensación que bloqueaba la garganta de la que ya no pudimos librarnos.

La voz de los que importan llora entre los mudos desastres. Las historias que merecieron la pena fueron las de los que notaron en su bolsillo los vaivenes del petróleo, la fuerza ascendente del euro y los problemas de la industria estatal. Son las personas que quieren participar en uniones que van más allá de la individualidad, que quieren formar parte de una Constitución supranacional, que aspiran a compartir la colectiva individualidad de su vida con 10 países más.

Entre tanto, los líderes mueren o vuelven a vencer y se reafirman en lo hecho sin arrepentimientos. Para mantener contento al pueblo, basta con convertir algunas instituciones en un circo. Y basta con hablar de los zapatos, de la comida, del traje de Dios sabe quién y hasta de su esmalte de uñas para cegar el verdadero significado de los ritos. Un momento. Parémonos a escuchar. Nos lo dice el año 2004: por debajo de los falsos oropeles, llegará hasta nosotros la voz de los que importan.

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