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Sin Concesiones

El boicot más necio

Fotografía
Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión27-02-2018

Cuando Coca Cola emprendió un despido masivo de trabajadores en su embotelladoras españolas, los trabajadores reaccionaron con bravura. Los sindicatos convocaron protestas furibundas para obligar a la empresa a rectificar. Organizaban manifestaciones ruidosas y concentraciones por las esquinas para llamar la atención sobre el maltrato de una multinacional que gana millones por todos los continentes y cuyos directivos cobran primas tan jugosas como la bebida azucarada con la que se forran. La disparidad salarial sin duda era el mejor argumento pero la superficialidad social y la demagogia sindical habitual auparon otra soflama. La consigna principal fue "No bebas Coca Cola".

Aquello era un disparo en el pie. Si la empresa aduce malos resultados económicos para prescindir de trabajadores, un boicot de consumo contribuía a empeorar más aún las finanzas. Pero a algún lumbreras de la protesta, diplomado en odio visceral y con máster en cortoplacismo, debió de pensar que cualquier daño a la empresa es inversamente proporcional al beneficio de los asalariados. Ni que viviéramos todavía en el siglo XIX, cuando la lucha obrera consistía en paralizar fábricas para reivindicar los derechos del proletariado. El mundo ha cambiado... En pleno siglo XXI la amenaza no radica en el empresario sino en la deslocalización y en la rápida obsolescencia de los negocios. Cualquier gesto, impedimento o mínima incertidumbre puede esfumar un negocio de millones de euros.

Estos días hay algunos necios que promueven una nueva versión de "No bebas Coca Cola". Sucede en Barcelona durante la celebración del Mobile World Congress, el acontecimiento tecnológico más importante del mundo. Las cifras lo demuestran: 100.000 visitantes en apenas una semana, 15.000 empleos directos y un impacto económico de 471 millones de euros. Fue un éxito que la Ciudad Condal acogiera en 2006 el evento de telefonía más importante del planeta. Entonces gobernaban otros partidos y, sobre todo, otros líderes en Cataluña, con más visión económica e institucional pero, sobre todo, con muchísima más responsabilidad. Hoy la alcaldesa de Barcelona prefiere alentar protestas contra el Rey y contra el resto de España que socavan la imagen de la propia urbe, en vez de exhibir al mundo la estabilidad y solvencia que exigen los inversores.

La necedad del independentismo, con sus secuaces podemistas como cómplices, ha provocado que más de 3.500 empresas hayan huido de Cataluña en apenas cuatro meses. El desafío a la ley y a la Constitución está siendo una ruina para la economía de la comunidad pero su estulticia no tiene fondo. Cuando más mira el mundo hacia Barcelona, como durante el Mobile World Congress o tras los atentados terroristas del pasado mes de agosto, más odio irradian los secesionistas. En su empeño por dañar el prestigio internacional de España, se disparan ellos mismos al corazón del orgullo y la riqueza que aún le queda a Cataluña. Desprenden tanto odio que atacan todo, incluso a sí mismos, cegados por su resentimiento. Cataluña, que durante décadas fue la región más próspera de nuestro país, no merece semejante ridículo. No merece tantas ofensas. No merece la quiebra social que atraviesa. Pero sobre todo no merece a los políticos que lo han provocado.