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SIN CONCESIONES

El muerto e inútil de Rajoy

Fotografía
Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión28-06-2016

Las elecciones del 26-J eran un plebiscito. Sólo había dos alternativas. Rajoy o Iglesias. Moderación o populismo. Continuidad o cambio extremo. Estabilidad o riesgo. Votar o Podemos. Y al final ha ganado Rajoy. Ha vencido la moderación y la estabilidad. Todo ello ha pesado sobre el plasma, la corrupción, el paro e incluso los recortes. Casi 8 millones de españoles han apostado claramente por Rajoy, a pesar de sus numerosos defectos como líder político. Y para el que aún no lo entienda existe el refranero español: más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Eso suponiendo que Podemos, con las políticas irreales y utópicas que propone, realmente tenga algo de bueno.

Rajoy ha ganado a todos. Ha derrotado al tiempo y a los impacientes, con casi seis meses de espera sin mover un dedo e incluso renunciando en enero a la oferta del rey Felipe VI para someterse a la investidura del Congreso de los Diputados. Ha vencido a Pedro Sánchez y Albert Rivera, que no sólo le vetaron de cualquier acuerdo sino que tantas veces pidieron su cabeza. También ha superado a las encuestas, pues ni una sola auguró que ahora conseguiría 14 escaños más y 669.220 votos extra que en diciembre. Ha resistido a las televisiones que han querido hundirle y que de la nada han aupado a Podemos hasta convertirlo en el mirlo blanco de la democracia. Por superar ha humillado incluso a los sociólogos, politólogos y tertulianos que sostenían que el bipartidismo había muerto, que Podemos y Ciudadanos representaban una nueva forma de liderar la vida pública. Los españoles han dejado claro que quieren que siga gobernando Rajoy, ese estandarte de la casta y la vieja política, aunque sea en minoría o durante una legislatura tan breve como tensa. El plebiscito lo ha ganado el PP sin discusión ni matices. Y al frente está Rajoy, guste o no guste, pero sin posibilidad de cuestionarle.

Podemos ha fracasado y muchos ciudadanos nos alegramos sin disimulo. España no podía permitirse aventuras mesiánicas como las de Zapatero, del que Pablo Iglesias sostiene que ha sido el mejor presidente de la democracia pese a estar reconocido como el peor. España no podía arriesgarse en este momento de chantaje independentista a celebrar un referéndum a lo David Cameron en Reino Unido. España no podía permitir que el comunismo tantas veces estrellado pusiera en juego la recuperación económica tras un lustro de recesión. España no podía aceptar que una banda de totalitarios secuestrara las instituciones con ideología barata. Y no lo ha hecho. ¡Cómo lo habrá visto España para regalar otra legislatura a Rajoy, al que pocos querían hace escasos meses! ¡Cómo lo habrá visto y qué piensa entonces España de los planes de Podemos, que ha perdido más de un millón de votos! Esta es una reflexión que sus muy inteligentes profesores universitarios deberían hacerse y, sobre todo, responder por una vez con sinceridad y sin propaganda.

Si el piquito de oro y la percha de Albert Rivera sólo sirven para alcanzar 32 escaños significa que a la hora de la verdad, aunque sea en situaciones límite, los españoles pensamos con la cabeza y con el bolsillo. Bueno... eso y que en las encuestas luego mentimos como auténticos bellacos. Mucho hablar de una nueva hornada de políticos y de regeneración pero al final arrasa en las urnas un registrador de la propiedad con 61 años que lleva desde finales de la década de los 80 en las instituciones y que él solo acumula más experiencia que los 71 diputados de Unidos Podemos y los 32 de Ciudadanos juntos. No ha tenido el apoyo de casi nadie, ni de la prensa ni siquiera de su propio partido al completo. Pero ahí está Rajoy. Mejor dicho, ahí sigue Rajoy. Inmutable e impertérrito desde 2003 como líder del PP tras cinco elecciones generales. Le daban por muerto y le tachaban de inútil. Algunos demandamos su dimisión en 2008, tras la segunda derrota en las urnas. Pero ahí sigue. Ya acumula tres triunfos en circunstancias a cuál más adversa. Mucho conspirar sobre su sucesión pero al final es él quien sobrevive a todo y a todos.