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ANÁLISIS DE CULTURA

Adicción y voces rotas

Fotografía
Por Marta G. BrunoTiempo de lectura2 min
Cultura09-04-2015

Son jóvenes. O no. Son guapas. O tampoco. Pero cantan como los ángeles y han ayudado a que todos los demás hayamos disfrutado al menos un rato de sus timbres de voz. Cuán egoístas hemos sido al aprovecharnos de su esfuerzo para nuestro propio gozo. Ellas no lo sabían porque sólo cantaban para librarse de su sufrimiento. De poco sirvió. O no, a nosotros sí.

 “Probablemente me volvería loca”. Dulce inocencia que le llevó por el camino de la amargura. Quería ser famosa pero en el fondo no. Y esa fue la respuesta a una entrevista cuando no llegaba a cumplir 20, cuando no tenía ni idea, o poco se esperaba, de lo que tenía por delante. Con 27, esa edad con la que uno se siente lo suficientemente maduro hasta que va cumpliendo años y se da cuenta de que el año anterior era demasiado crío. No sé si a los 40 una pensará lo mismo, me temo que sí. Y era Amy la misma que quizás pensaba que había llegado al final, o simplemente se dejó llevar por el mal camino  y ya está. Es un miembro más del maldito club de los 27. Sin presiones infantiles, o al menos eso era lo que ella aseguraba. Su vida no fue un tormento, como sí fue la de la voz del blues.

 

 “De los árboles del sur cuelga una fruta extraña, sangre en las hojas y sangre en la raíz, cuerpos negros balanceándose en la brisa del sur, extraña fruta que cuelga de los álamos”
 

Fruta extraña como la ella misma. La misma Billie Holiday, garganta de pobreza, de miseria, de llanto de niña abandonada. Un homenaje a Billie Dove, estrella de cine mudo a la que Eleonora Flanagan, su verdadero nombre, se encargó de darle voz. Su vida no es la de un guión de cine, sino la de una joven a la que sus padres, que no llegaban ni a la veintena, dejaron olvidada, rota, de la que abusaron, la que probó la perversión de los callejones oscuros, que sólo calmaba su ansiedad con los acordes y la trompeta de Louis Armstrong. Y después la adicción a las drogas. La maldita adicción a las drogas. Y el estúpido estigma de ser negro en aquella época. Murió un poco más tarde que el ángel de Candem, a los 44. Nada se pudo hacer con una vida rota. Salvo poner sus discos una y otra vez. “De los árboles del sur cuelga una fruta extraña, sangre en las hojas y sangre en la raíz, cuerpos negros balanceándose en la brisa del sur, extraña fruta que cuelga de los álamos”. Rezaba Fruta extraña.