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ANÁLISIS DE CULTURA

La Chata y Antonio López

Fotografía
Por Marta G. BrunoTiempo de lectura3 min
Cultura03-12-2014

Ha llovido demasiado desde 1994. ¿Y por qué esa fecha? Porque entonces las cosas pintaban distintas para la Familia Real. Y Antonio López recibió el encargo de la familia más respetada. Borbones que durante años han engrandecido la figura de una España amarillenta con sus pomposas edificaciones inspiradas en el mismísimo Versalles. Cuando el pintor anunció el encargo, retrato que ya es historia, los monarcas anunciaban el compromiso matrimonial de una joven infanta Elena con Jaime de Marichalar. La boda se celebraría en 1995, amor que había comenzado a fraguarse en 1987 con París como contexto idóneo, y 12 años después la misma llamarada se apagó como lo hace la mecha al empaparse en su último milímetro de la ardiente vela. Los Reyes, sabiendo o no lo que hacían, o simplemente porque no se conocía compromiso alguno por parte de sus hijos, decidieron dejar el retrato en la sangre más azul, sin medias tintas, sin mezclas, sin futuros “nada”. Y hoy, en 2014, y con el color del óleo un poco manchado, pero pasable, sigue adelante. La historia de las infantas de España tiene más significado que nunca, la imagen pura de ese fondo claro y esas vestimentas delatan que no es todo virginidad gloriosa, pero como nunca lo ha sido la monarquía. Pero ese juego hace disfrutar aún más al ojo del ajeno, más aún al que mire ese óleo agrietado dentro de 300 años, cuando el pie en cuerpo 12 revele el antes del momento más inquietante para la familia, austera por cierto para el antes, quizás desconocida para el después. Y en esa historia de infantas tan accidentada siempre me ha producido un especial interés la historia de Isabel de Borbón y Borbón, más conocida como “La Chata”, y no por su estatura sino por su nariz, que no habría llegado a mis oídos tan joven si no hubiera sido por la sorprendente simpatía que despertó entre los ciudadanos y que ha quedado plasmada en calles, teatros y restaurantes. No habría caído en las redes del exilio obligado (sí voluntario) con la proclamación de la República si los españoles no hubiera visto que entre tanta burbuja pomposa existía un ser humano normal. En esa cercanía al pueblo era como la Esperanza Aguirre del momento, inmortalizada en sus visitas a los toros, natural como su madre, y eso que cerca estuvo de disfrutar las mieles del reinado, aunque eso sí, sin hacer ascos al lujo que supone disfrutar de un pequeño Versalles en La Granja, con sus fuentes, laberintos, corzos y zorros. Pero ella es la elegida para renovar la monarquía española. Lo que demuestra que los lujos y caprichos, si están disfrazados de una cercanía casi inaudita, invisibles quedan para el común de los mortales. Salir del palacio y en un momento de deriva, de hartazgo de las clases populares, trabajó el honor de la familia, como ha podido hacer la Reina Sofía, cercana y huidiza de la realidad en la que vive, intocable porque es pura. Sus hijas lo intentaron, pero no lo lograron. Comparen la vida de “La Chata” con la de nuestra monarquía actual, que sin disfrutar del pequeño Versalles, están más en la diana que nunca. ¿Qué nos depara el futuro? Con Felipe VI como salvador, el óleo del “pintor del rey” deja escrita la historia cortesana como el Velázquez del XXI. Realista, quizás demasiado, tanto como los bigotes de Felipe IV del “pintor de pintores”, como llamaba Manet al sevillano.