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SIN CONCESIONES

El primer problema de España

Fotografía
Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión26-11-2014

De niño mi madre solía regañarme por "defender causas perdidas". Era su modo particular de burlarse de las excusas pueriles que utilizaba para justificar mis trastadas. Me enfadaba al escuchar su comentario. En mi tozudez y espíritu utópico, pensaba que no existían causas perdidas. Aun hoy sigo pensando que todas las batallas deben darse y merece la pena luchar por ellas, aunque a su debido tiempo. En estos tiempos de corrupción generalizada y escándalos constantes, no hay más causa perdida que tratar de defender la honorabilidad de los políticos. Está de moda abofetear al representante público, ajusticiarlo en la plaza del pueblo en la que nos hemos convertido los medios de comunicación, atarlo a un poste y lanzarle toda clase de verduras u hortalizas hasta la humillación. Con Bárcenas y Granados en la cárcel, tras desvelarse el pufo de las tarjetas opacas de Caja Madrid, con cientos de imputados en la trama de los ERE falsos de Andalucía y ante la chulería insoportable de la alcaldesa de Alicante, parece imposible defender a los políticos. Da la sensación de que todos son culpables y merecen acabar en prisión. Pero no es así. Por alguna extraña razón, ante la maldad generalizamos comportamientos y ante la bondad los individualizamos. Cuando alguien incurre en un delito, sospechamos de todos los de alrededor. En cambio, si obra con honradez se personaliza como si fuera un milagro. La realidad es que el mal siempre genera mucho ruido y el bien se pierde en el silencio. El político no es bueno ni malo por naturaleza, como no lo son el fontanero, la farmacéutica, el barrendero, el taxista, la enfermera, la profesora, el conductor o el periodista. Es cada individuo el que pudre su honestidad y acaba reptando por el fango de la ilegalidad. Todos estamos a prueba y todos corremos el riesgo de caer al pozo de las tentaciones. Quizás conozcamos más casos entre políticos porque el poder atrae a los corruptos o simplemente porque los medios publicitamos a bombo y platillo cada caso. Las grandes fechorías no son sólo de políticos. La lista es muy larga y comienza con la reciente entrada en la cárcel de la cantante Isabel Pantoja, a la que muchos aficionados todavía aplauden. Es curioso, sucedió lo mismo cuando el futbolista Lionel Messi declaró ante el juez por evadir más de 4 millones de euros a Hacienda. Está visto que a unos los ahorcamos por sospechosos y a otros los ovacionamos al delinquir. El problema, por lo tanto, no es la corrupción ni la clase política. Aunque el 42% de los españoles los señale en la encuesta del CIS, el primer problema del país es la falta de ética. Todo lo demás nace de la crisis de valores, mucho más acuciante que los 5 millones de parados. La ausencia de ética es la que de verdad suscita el resto de problemas. El primero sin duda radica en la ausencia de escrúpulos de muchos ciudadanos. Clamamos contra la corrupción de los políticos sin darnos cuenta de que es la ética social la que está podrida hace años. La manzana está repleta de agujeros pero sólo unos pocos gusanos proceden de dentro del sistema. Otros como Urdangarín o el pequeño Nicolás sacan tajada a su alrededor. Luego están los que a menor escala defraudan cuanto pueden y, ya se sabe, quien hurta en lo poco estafa en lo mucho. Como el problema es de ausencia de ética, vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Ahora podéis acusarme de defender causas perdidas como de niño hacía mi madre. Hacedlo si queréis. Pero hasta que no recuperemos la ética no solventaremos nuestros problemas. Aunque gobierne otra generación, la corrupción persistirá si no resucitamos los valores perdidos.