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IMPRESIONES

Los valores y los principios

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión14-04-2014

Stephen Covey escribe en Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva que los consejos que plantea en su libro nunca se quedarán obsoletos, porque están fundamentados en principios eternos. Es más: dice que sólo en ellos puede fundarse lo que llama la difícil pero grandiosa ética del carácter, frente a la facilona y emotiva ética de la personalidad que venden los típicos manuales de autoayuda. Al leer algo así en un libro con ese título y esa portada de bestseller de autoayuda típico de las librerías de los trenes y los aeropuertos, tiendes a minusvalorar la afirmación. Qué va a decir este hombre de su libro, si lo que quiere es vender ejemplares. Ahora bien: conviene revisar nuestros prejuicios, porque una desconfianza inicial en un autor nos ciega para comprender lo que quiere decirnos. Cuanto más vueltas le doy a sus libros, más me convenzo –a pesar de que su estilo expositivo no ayuda– de que tiene razón: los principios que sostienen la necesidad de desarrollar los siete hábitos son principios universales e inmutables. Y una de las consecuencias de su planteamiento puede formularse así: “Los valores rigen la conducta, pero los principios rigen las consecuencias. Luego una persona madura es aquella capaz de alinear sus valores con los principios”. De esa forma aparentemente sencilla resuelve Covey uno de los problemas más graves de la ética –y de los libros de desarrollo personal, autoayuda, coaching, etc. – que más quebraderos de cabeza han provocado en el silo XX: la cuestión de la objetividad o la subjetividad de los valores. Es verdad que podríamos alimentar el debate y que además los filósofos –para eso lo son– podrían discutirle a Covey el uso que hace del lenguaje y la falta de precisión de algunas de sus afirmaciones. Una definición comúnmente aceptada de “los valores” nos dice que son el criterio que orienta nuestra conducta. Y eso es incuestionable. Lo que llamamos “principios” suena ciertamente a universal, incuestionable e inmutable. Si seguimos los principios que rigen nuestra naturaleza, la llevaremos a plenitud; si no los seguimos, frustraremos nuestro proceso de maduración. Así de sencillo. Al menos, “en principio”.