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CAMBOYA

El ¬número 2¬ de los Jmeres Rojos empieza a pagar la sangre derramada

Por J. F. Lamata Tiempo de lectura4 min
Internacional22-09-2007

Nuon Chea no estaba escondido en algún refugio como otros genocidas en busca y captura (como los yugoslavos Karadzic y Mladic o el ruandés Felicien Kabuga) sino que vivía cómodamente en su casa de Pailin, como un agradable abuelo que, según cuentan, daba comida a los hijos de los vecinos. Tras muchas discusiones, el Tribunal Internacional que juzgará los crímenes contra la Humanidad de aquel régimen ha decidido incluirlo dentro del proceso invalidando el indulto de 1998.

“El que proteste es un enemigo, el que se opone es un cadáver”, ese era el lema del jefe de la guerrilla, Saloth Sar -alias Pol Pot- que con sólo cuatro años en el poder consiguió convertirse en uno de los mayores genocidas de la historia de la Humanidad. El mismo Nuon Chea reconocía en una entrevista antes de ser detenido que se produjeron verdaderas matanzas, pero, aseguraba que él no tuvo nada que ver con ellas. La revolución del horror Fue en abril de 1975 cuando lo Jmeres Rojos, la guerrilla del Partido Comunista de Camboya, se hicieron con el control del país. El secretario general del partido, Pol Pot hermano número 1, se convirtió en primer ministro de Camboya y proclamó “el año 0” de la historia. Camboya, como tantos otros por aquellos tiempos, fue un país convertido en espacio estratégico por las grandes potencias. Durante años, Lon Nol mantuvo una dictadura pro-norteamericana, después vino el príncipe Norodom Sihanuk y después le tocó el turno a los Jmeres Rojos, que defendían un comunismo de “revolución permanente” siguiendo las directrices de Mao. Aquella “revolución permanente” se convirtió en una auténtica pesadilla para toda la población que fue masacrada y acusada de contaminar aquel supuesto “paraíso maoísta”. Llevar vestimenta extranjera, gafas de sol o viajar a algún país capitalista eran motivos suficientes para ir directo a los “campos de la muerte” -lo cual resulta paradójico si se tiene en cuenta que la mayoría de los líderes de los Jmeres se había formado en Europa, Pol Pot incluido-. Las fotografías de montones de cabezas cercenadas horrorizaron a todo el mundo incluido al Gobierno de la Unión Soviética, que se convenció de que había que parar aquella locura. Bajo indicaciones de Moscú, el Ejército de Vietnam asaltó Camboya y derribó aquel régimen fanático que se refugió entre las junglas. El delegado de la URSS en la ONU justificó aquella invasión diciendo: “el pueblo camboyano estaba siendo esclavizado, martirizado y masacrado por Pol Pot, que seguía las prácticas inhumanas de Mao”. Aún así, Pol Pot mantuvo su guerrilla escondido como una rata en las selvas indochinas durante años, contando inicialmente con el apoyo de Tailandia y EE.UU. -que con tal de meter el dedo en el ojo a la URSS parecía dispuestos a ayudar a aquel asesino-. Finalmente en junio de 1997, por iniciativa de Nuon Chea hermano número 2 y de Ieng Sary, Pol Pot fue apresado por su propia tropa y los Jmeres Rojos emitieron un comunicado diciendo “la dictadura de Pol Pot ha terminado, Pol Pot ha confesado sus crímenes, es el fin de la dictadura que nos amenaza desde 1975. Su excelencia Khieu Shampan (el hermano número 3) conducirá nuestra lucha”. Sus camaradas aseguraron haber comprendido “la locura de Pol Pot” y pusieron fin a la guerrilla. Confinado en una choza, mientras la ONU presionaba para su entrega a la Justicia, aquel profesor del genocidio murió miserablemente en abril de 1998. Como tantos otros genocidas (Pinochet, Milosevic, Suárez Mason... ) la muerte del verdugo le libraba de escuchar sentencia. Dos millones de muertos no prescriben Como se dijo en Nuremberg de Hitler, Pol Pot no pudo cometer la masacre él sólo, los cómplices que le traicionaron en 1998 a cambio del deseado indulto del Gobierno no pueden quedar impunes de la escalofriante cifra de dos millones de muertos (un tercio de la población de Camboya). En 2006, se abrió la esperanza de la Justicia al inaugurarse el Tribunal Internacional para juzgar los crímenes contra la Humanidad en Camboya, con 17 jueces camboyanos y 13 extranjeros. Los primeros detenidos fueron Ta Mok, el carnicero, que falleció a los pocos meses, y Kang Kek Ieu, el director de la prisión S-21, donde 16.000 personas encontraron la muerte. Kang Kek Ieu se ha apresurado a confesar que recibía órdenes de Nuon Chea, lo que llevaba al tribunal internacional a romper el indulto y encarcelarle la pasada semana. El arresto de Nuon Chea es una gran noticia para la Justicia histórica, pero no ha de ser el único: Khieu Shampan y Ieng Sary no pueden mirar para otro lado bajo la tranquilidad de sus indultos y deben sentarse también en los banquillos por asesinos, si es que lo fueron, o para recordar que aquel al que hoy llaman “loco Pol Pot” en otro tiempo le llamaron “su excelencia, nuestro hermano número uno”.