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ANÁLISIS DE LA SEMANA

Sucesiones, modelos y crisis en Madrid

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
España29-06-2003

Hay un asunto muy interesante que se repite a lo largo de la historia como uno de los ejes conductores de la vida de las instituciones, organismos, empresas, organizaciones y países: los relevos generacionales. Es también, en alguna medida, una realidad que llega a afectar a las familias que han gozado de grandes matriarcados o patriarcados cuando el pilar que fundamentaba la unión desaparecía. En la historia de la democracia española reciente, el Partido Socialista es el único partido político que ha experimentado las dificultades del relevo cuando Felipe González dejó de dirigirlo. La historia del Partido Popular fue otra hasta la aparición y consolidación de José María Aznar, y fue la historia de la búsqueda de un líder que pudiera ilusionar a todas las sensibilidades del centro derecha con un proyecto común que unificara y diera sentido y coherencia a un programa electoral y a un equipo de gobierno. Es difícil imitar los modos de hacer de los grandes líderes, y es difícil institucionalizar o sistematizar las formas idóneas para sustituirlos por otros. Quizás por el inevitable personalismo que se produce en todo tipo de liderazgo, un personalismo que es difícil gestionar y superar. En cualquier caso, los relevos generacionales y de liderazgo despiertan los monstruos internos, luchas e intrigas de poder entre las distintas facciones que inevitablemente existen en toda gran organización, a pesar de que un buen líder sea capaz de limar durante su mandato esas asperezas, y de tender puentes entre las distintas sensibilidades. Los grandes totem de la política española actual, tales como Jordi Pujol, Xavier Arzallus y José María Aznar llegan a su fin, y las repercusiones inevitables serían dignas de ser estudiadas en una tesis comparativa que diera cuenta de las ventajas e inconvenientes de los distintos modos de hacer de estos líderes, así como las consecuencias tanto en sus respectivos partidos como en las relaciones del partido con la sociedad. Lo que pasa actualmente en el Partido Socialista es una clara falta de capacidad de José Luis Rodríguez Zapatero para hacerse con el reconocimiento y autoridad de todas las sensibilidades y familias que están integradas –por decir algo- en el partido que dirige. Tamayo y Sáez se rebelaron, según cuentan, porque no fueron escuchados, porque no se cumplieron los pactos internos entre las familias socialistas, porque sus preguntas sobre cuál sería la forma de hacer de Simancas como presidente de la Comunidad no obtenía por respuesta más que un silencio que ignoraba y ofendía. Sin pretender defender en absoluto las formas que han adoptado, tampoco puede hablarse de que hayan violentado y deslegitimado el sistema democrático: todo lo contrario, este sistema es el que ha permitido canalizar el conflicto de manera civilizada, a pesar de los cruces de acusaciones que, por otra parte, serán resueltos por la vía judicial, como procede. Para todo hay un procedimiento en democracia, que tiene, precisamente, como gran virtud, la de gestionar el conflicto de forma pacífica y consensuada. Lo que sí queda puesto en duda tras el episodio es el orden interno del Partido Socialista y la clara ambición por alcanzar el poder a cualquier precio. El poder, en política, sigue siendo un medio para lograr otro fin, que es el de buscar y hacer posible el bien común, y cuando esta verdad se pervierte sistemáticamente en un partido por los líderes que supuestamente deben ser ejemplo para el resto de responsables y militantes, las consecuencias son una pérdida del norte del partido y una legitimación del “todo por el poder”, una especie de cáncer por la falta de modelos a seguir, ilusionantes y auténticos.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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