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IMPRESIONES

La vida crece en la bota

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión15-07-2015

“¿Into The Wild? Con gente, no; esa es para verla sola, el viaje espiritual que propone no se puede hacer con gente”. “¿Amor y letras?” “¿El club de los poetas muertos?” Alguien dice “¿Wall•E?” y a mí me cuesta resistirme a una obra maestra. Además, Santi no la ha visto. Mi vena de profesor se hincha: “¿Cómo? Pues vamos a ver Wall•E”. No lo puedo evitar, lo primero es lo primero: rellenar lagunas fundamentales, empezar por lo mejor.

Hay tantas formas de ver cine como formas de vivir. Puedes gastar tu tiempo en obras mediocres o maestras. Puedes rodearte de quien saca lo mejor o lo peor de ti. Puedes pasar por las cosas sin verlas o prestarles toda tu atención. Puedes suceder sucesivamente de suceso en suceso o puedes pararte a pensar, poner en juego tus inquietudes y dejarte confirmar o refutar. Vimos Wall•E y todos la vimos por primera vez, aunque muchos ya la hubiéramos visto.

Llevo semanas codeándome con Saint-Exupery gracias a otro amigo. He leído Piloto de guerra y releído Vuelo nocturno. El autor de El Principito tiene meridianamente claro que la identidad de alguien se revela en su acción, en su función, en aquello a lo que se entrega por entero.

Lo que más me llamó la atención de Wall•E fue descubrir que todas las personas se parecen demasiado, son físicamente casi idénticas. No hacen nada, salvo consumir. Son amorfas, porque carecen de función. Los robots están perfectamente definidos. Cada detalle en su estructura expresa su misión. Cada robot se sacrifica por entero a una tarea y todo en él nos habla de esa consagración.

Wall•E estaba hecho para una sola tarea: apilar basura. Pero tenía sensibilidad para ver más allá de su función. Cuando encontró una planta, la primera en cientos de años en la superficie del planeta tierra, no la mezcló con la chatarra, sino que la salvó de los escombros y la plantó en una bota. ¿Por qué Wall•E escogió una bota para salvar el primer signo de vida vegetativa sobre la tierra? Él no lo sabe y yo entonces no lo supe, pero nunca olvido una pregunta una vez que me la he formulado.

Los humanos que abandonaron la tierra, que son todos amorfos e incapaces, llevan cientos de años sin usar sus pies. Viven repanchingados en un sofá-coche-cama. Si quieren volver a vivir, si renuncian a solo sobrevivir, tendrán que ponerse en pie, tendrán que trabajar, tendrán que calzarse las botas. Algunos, incluso, deberán estar dispuestos a morir con las botas puestas. La bota es la herramienta del caminante, del homo viator, de aquel cuya mirada se pierde en el horizonte e imagina esperanzas invisibles a sus ojos. La bota es la herramienta del explorador.

“¡La bota!” Casi grito. Así me despierto el domingo, dos noches después del cineforum sobre Wall•E. Porque la película me sigue hablando. Como Saint-Exupery. Como El Principito. Como mis amigos. La vida crece en la bota. Pronto será lunes. “¡Claro!” “Sí, hace calor, ¿y?” El hombre adquiere su forma propia consagrándose por entero a su misión.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach