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ANÁLISIS DE CULTURA

El gato del sabio

Fotografía

Por Marta G. BrunoTiempo de lectura2 min
Cultura06-05-2015

El sol hace ya unos minutos que se había comenzado a esconder bajo el rosado de las nubes. Era su momento, el de encender la chimenea, servirse un coñac, sentarse en su sillón de cuero y acariciar a su gato con la ligereza del que ha terminado la jornada laboral, mientras escucha el mecer de las notas de su sinfonía preferida.

 Así es como nos imaginábamos a uno de mis profesores en su vida privada. Él, que hace unos años no me caía especialmente bien porque su sarcasmo me sacaba de mis casillas, cuando el sarcasmo me gustaba menos que ahora, me hizo descubrir cierto interés por la filosofía, que después derivaría en política, aunque siempre he pensado que ambas son lo mismo, o eso es lo que los clásicos defendían como buenos pilares de nuestras libertades y ejercicio noble del poder. (Ejem, luego llegaron otros tiempos, pero eso lo dejo para otro día). 

El Padrino fue su joya no recargable. Aspirar a ello otra vez es tan difícil como volver a inventar la pólvora
 Por aquel entonces tenía 17 años, la madurez empezaba a hacer una tímida aparición entre tonterías propias de adolescente y pósters de David Bisbal. Era nuestro Francis Ford Coppola particular, un hombre raro pero a la vez sabio, aunque son dos características que suelen ir de la mano. Y entonces descubrí que solo las rarezas abren la puerta a algo más.

 Los sabios pueden conformarse con compartir sus virtudes con su círculo más cercano, con sus alumnos, o ir más allá. Los sabios pueden expandir su arte de determinadas maneras. Y los hay que triunfan una y otra vez.

 Cuando ya pensábamos que Coppola, el real, había dejado la batuta de la genialidad (porque a veces la sabiduría se agota por varios motivos), decidió olvidarse de que era un rico, pero de los de verdad, y continuó confiando en su mente. Pero la imaginación, la suerte o las circunstancias le jugaron una mala pasada. Los éxitos son como pequeñas bombillas de oro que se encienden pocas veces en la vida. Y El Padrino fue su joya no recargable. Aspirar a ello otra vez es tan difícil como volver a inventar la pólvora. La banda sonora de El Padrino suena igual de bien, anyway. Y su guión también. Y así es de caprichoso el reconocimiento, que llega 30 años después, para entonces todos calvos. Aunque mejor vivos que muertos.

Fotografía de Marta G. Bruno

Marta G. Bruno

Directora de Cultura de LaSemana.es

Licenciada en Periodismo

Estudio Ciencias Políticas

Trabajo en 13TV

Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press