Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

SIN CONCESIONES

Neutralidad, pasotismo y miedo

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura5 min
Opinión23-07-2014

"Dos no hablan si uno no quiere". Esta frase está clavada en mi mente desde los 13 años. Una mañana, en el colegio, la profesora me abroncó de este modo al descubrir que estaba distraído de la lección. Me sentaba en la última fila junto a una alumna repetidora, a la que la tutora pretendía que controlase por su adicción a la charla. Lo cierto es que ella acabó ganando la batalla y la profesora se enfadó como nunca. No era sólo porque los dos mantuviéramos una discreta conversación, sino sobre todo porque su plan de juntar a la rebelde y al tímido había fracasado estrepitosamente. "Dos no hablan si uno no quiere", me espetó como si un servidor fuera el único responsable de lo ocurrido. La frasecita guarda cierta similitud con otra célebre de La Biblia que invita a "poner la otra mejilla" cada vez que uno recibe un golpe. El sustento es el mismo: dos no discuten y no pelean si uno no quiere. Pero... ¿qué hacer cuando uno de los implicados no para de hablar o de pegar a quien tiene a su lado? ¿qué hacer cuando no tiene intención de cesar en la agresión? En la Antigüedad nadie tenía duda. Cada ataque recibía la réplica conveniente. Era el ojo por ojo y diente por diente que encarnan tantas páginas del Viejo Testamento y que con tanta crudeza sigue aplicándose en estos tiempos en Israel. Lo que algunos llaman genocidio palestino en realidad es la respuesta vengativa de un gobierno de creencias judías. Ahora que parecía que Simon Peres y Mahmud Abbas daban pasos hacia la paz con la medición del Papa Francisco, los extremismos han vuelto a sembrar de sangre el país. Primero con el secuestro y asesinato de tres jóvenes estudiantes a manos de un comando islamista de Hamas. Después con el ataque desproporcionado del ejército de Benjamin Netanyahu contra los ciudadanos palestinos. Es una guerra permanente con siglos de antecedentes que tiene sus raíces en el odio y que nadie es capaz de resolver. Cada vez que las partes implicadas muestran signos de acercamiento, algún radical enciende de nuevo la mecha de la violencia y hace añicos cualquier salida diplomática. La diplomacia bien podría definirse como el arte de evitar la guerra. La buena diplomacia la salva de verdad. La otra diplomacia, la del pasotismo o el mal menor, únicamente la retrasa. En Ucrania, los intentos de resolver el conflicto con Rusia a través del diálogo no han servido de nada. Mejor dicho, sólo han servido para dar alas a los rebeldes partidarios de Moscú, que han campado y matado a sus anchas ante la prudencia de la Unión Europea y de Estados Unidos. No es que a Bruselas y Washington les importe poco la unidad del país, pues al contrario tienen enormes intereses energéticos y comerciales en la zona. Pero el miedo a Rusia ha frenado sus pasos. La comunidad internacional ha permitido que Putin invadiera una nación vecina, prestara armas a los rebeldes e incluso promoviera en Crimea un referéndum de anexión a la antigua madre comunista. Las sanciones económicas, tan tibias como inútiles a los ojos de los tanques militares, se han vuelto en contra. La UE ha evidenciado una vez más su debilidad y división en el extranjero. La muerte de casi 300 personas en el derribo de un avión de Malasyan Airlines debería haber puesto fin a ese comportamiento timorato. Pero no ha sido así. Sólo los países con víctimas han respondido con fortaleza. El resto siguen aplicando la diplomacia del temor y del mal menor. Entre la venganza de Israel y el frecuente pasotismo de la UE debería haber soluciones intermedias. Otra diplomacia es posible. Una diplomacia enraizada en el liderazgo y la firmeza. Una diplomacia que promueva la paz verdadera, no la mera ausencia de conflicto. Una diplomacia que no confunda su vocación pacífica con mera neutralidad. Una diplomacia útil que no consista en mirar hacia otro lado. La diplomacia occidental atraviesa una crisis mayor que las economías de la UE y EEUU. Falló con la mal llamada Primavera árabe, que lejos de traer democracia a países totalitarios ha dejado más división y enfrentamiento. Falló en Siria, donde la mirada distante de la comunidad internacional durante tres largos años es cómplice de los más de 170.000 muertos, de los cuales la tercera parte son civiles y más de 9.000 son niños. Con Siria tampoco ha habido una reacción adecuada por el miedo a Rusia, así como por la idea acomplejada del mal menor. Occidente prefiere que los sirios se maten entre ellos a derrocar al déspota de Al Assad y precipitar el ascenso al poder de la oposición extremista. Siria va camino de convertirse en una réplica de Iraq, donde el terrorismo se ha hecho con el control de las calles desde que las fuerzas internacionales salieron huyeron. La diplomacia es útil, muy útil, con quienes están dispuestos a emplearla. En cambio, no sirve de nada cuando en frente hay bandas terroristas, grupos rebeldes que sólo hablen el lenguaje de las armas, gobiernos autoritarios que buscan perpetuarse en el poder, dirigentes egocentristas que piensan en sus intereses personales por encima de los de su propio pueblo… Hay un momento para la diplomacia y un momento para la acción, sin que eso implique apretar el botón rojo y lanzar los misiles contra el adversario. Europa lleva años mirando de reojo a los conflictos que suceden fuera de sus fronteras porque pensaba que nunca le salpicarían. Ucrania ha puesto fin a esa creencia infantil y exige una respuesta firme y unitaria. Quien no lo sepa ver dormirá tranquilo unas cuantas noches más pero puede despertarse a la mañana siguiente con el sobresalto de la Tercera Guerra Mundial.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito