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ANÁLISIS DE CULTURA

Sudokus, blinis y ron

Fotografía  (©foto: )

Por Marta G. BrunoTiempo de lectura2 min
Cultura16-07-2014

Esta cronista ha decidido retomar la literatura rusa. Y cuando enseña Crimen y castigo aprecia la cara de asombro del interlocutor. “¿Y no sería mejor una novelita de verano?”. Hay que tener ganas de leer al magnífico Dostoievski, y más entre abanicos, olas de calor africanas y demás. Pues merece la pena por varios motivos. Amor y odio hacia un país que todavía no sabe lo que significa la democracia, pero que alberga entre sus fronteras un pedazo de historia imprescindible para entender todo lo demás. Un gigante, moleste o no. Y vaya si lo hace. Entrar supone superar unos cuantos pasos burocráticos, delicia del que dispone de todo menos tiempo, y esperar a que le perdonen la visita con unos cuantos rublos. Su historia es como un castillo de naipes al que aún no le han colocado la última carta. Su gente sobrevive casi mejor que Rodión Raskólnikov. Casi. Abandonen los sudokus desempolvados para el verano para analizar la polisemia de Crimen y castigo. Nombres propios que esconden palabras prohibidas: “La patria de los Romanov ha quebrado”, entre ellas. Magnífica estrategia del que tiene libertad para eso y poco más. Condenas de muerte. Trabajos forzados. Sufrimiento de conciencia. Un país que vuelve a estrechar sus interesados lazos con otros tan “democráticos” como Cuba. Mientras papá cuida del pobre desvalido, Europa y Estados Unidos miran de reojo como el hermano mayor al que no han comprado el coche teledirigido. Con resquemor. O temor. Más bien lo segundo. Uno es el Benidorm europeo. Otro sigue pensando que es el ombligo del mundo. Se vuelven a firmar acuerdos de color rojo. Y otros permanecen impasibles. Y el dolor. “ El que nos hace sufrir profundamente hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor”. Si Dostoievski lo plasmó en tinta, esas mismas palabras van cayéndose como un viejo letrero de motel de carretera. Ese motel se llama Europa y pide a gritos reforma. Solo quedan algunas: “sufrir”, “irreflexivo”, “pobres de espíritu”. Y esa es la consecuencia de echar a perder la siembra recogida. Pobres los campesinos si supieran que la tierra que labraron en su día se ha echado a perder. Y que no tropiecen con la piedra. Esa que llaman Revolución.

Fotografía de Marta G. Bruno

Marta G. Bruno

Directora de Cultura de LaSemana.es

Licenciada en Periodismo

Estudio Ciencias Políticas

Trabajo en 13TV

Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press