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SIN CONCESIONES

Receta para la felicidad

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión14-03-2013

Cuando a uno le toca la lotería, salta de alegría sin contemplaciones. Cuando sucede una desgracia, es común echarse a llorar. Las situaciones extremas producen sentimientos instantáneos. Igual sucede con las grandes obras. Ante gestos heroicos, la multitud reconoce y alaba al valiente, al decidido, al exitoso. Cuando llega el infortunio, todos maldicen el fracaso, lamentan la torpeza y entierran las esperanzas. Resulta entendible reaccionar así, ya sea para bien o para mal. Forma parte de la condición humana. Pero incluso en esa humanidad es donde realmente brilla la nobleza, la humildad, la solidaridad y la fortaleza de las personas. Hay gente con corazones enormes que ganan 25.000 euros en Navidad y lloran por los que no tuvieron tanta suerte. Hay mujeres inquebrantables que siempre superan con una sonrisa las puñaladas que les da la vida. Hay caballeros que en el triunfo se empequeñecen para que otros porten la gloria. Hay supervivientes que jamás se rinden, jamás bajan la cabeza y jamás abandonan sus sueños. "Hay hombres que luchan un día y son buenos, hay otros que luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles". La frase la escribió Bertolt Brecht hace más de medio siglo pero tiene vigencia de eternidad. Sirve especialmente para levantar el ánimo a quienes más padecen las consecuencias de la crisis económica, han perdido su empleo, su empresa, su casa e incluso duermen cada noche en el coche de lujo que compraron en la era de la opulencia. Sirve para homenajear a los políticos entregados al servicio público que ahora escuchan contrariados los escándalos de corrupción desde su riqueza de anonimato y pobreza de sueldo público. Sirve para rememorar a los primeros cristianos que fundaron la Iglesia que esta semana elige en cónclave un nuevo pontífice. Sirve para que los enfermos alberguen esperanza en su dolor y aprendan que la lucha corporal es pasajera en espera de una cura celestial. Sirve para soportar las injusticias con el consuelo de que el tiempo siempre coloca a cada uno en su sitio. Quienes creen imposible ser feliz se equivocan profundamente. He conocido decenas de personas que lo son. La felicidad no es un estado de ánimo, ni depende de la posesión de un bien, ni siquiera equivale a estar contento, por mucho que la Real Academia la defina así en sus diversas acepciones. No señor. No confundamos la felicidad con la alegría. La felicidad es un estado en sí mismo, estable, no volátil, constante a pesar de las preocupaciones del día a día, no permanente pero sí duradero, quizá imposible de medir. La felicidad no depende de un boleto de lotería ni de un partido de fútbol ni del vestido de moda ni de un viaje ni de la marca de nuestro teléfono... La felicidad comienzan en nosotros mismos y alberga relación estrecha con los demás. Requiere una actitud, una filosofía vital definida. La persecución del placer (hedonismo) no aporta la verdadera felicidad, sino instantes pasajeros de satisfacción. Tampoco sirven la búsqueda permanente de logros (utilitarismo) o la supremacía del bien propio (individualismo). Sólo desde la concepción integral del ser humano se alcanza la plenitud. Una vez más, triunfa el equilibrio porque en los extremos pocas veces está la razón. La felicidad -la mayoría de las veces- se descubre, se alcanza y se conserva en los pequeños detalles. Y sobre todo, la felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere. El secreto de la felicidad radica, como recetó Tolstoi, en querer lo que uno hace.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito