ACHIQUE DE ESPACIOS
El clásico
Por Nacho García Barco2 min
Deportes17-03-2002
Independientemente del estado de forma de los equipos, de que unos jueguen mal y otros defiendan peor, el clásico Barcelona-Real Madrid confirma todas las expectativas creadas cuando uno es niño y sueña con estar algún día cerca de todo lo que rodea y genera un partido de tal calibre. Nadie recuerda durante unas horas ni la posición en la tabla, ni los puntos ni los registros del máximo goleador. Todos se unen en la misma dirección para llenar de colorido y ruido un estadio colosal, magno, grandioso. Vivir in situ un duelo entre los dos grandes de España es una cosa muy distinta a cualquier otro partido de fútbol. De inicio porque todos, hinchas y jugadores, se miran con sangre en el ojo. Todo se agranda, se magnifica, desde el momento del calentamiento hasta esos opuestos -pero alucinantes- instantes en que saltan al campo los equipos. Al Madrid le acompaña un ruido estruendoso, penetrante, del que uno no se olvida con facilidad. Luego, al Barcelona le envuelve el Tots al camp, la música, el colorido. Inolvidable. Y luego fútbol, aunque poco. Al menos por parte del Barcelona. Por estar mal lo está hasta Rivaldo, el mejor de los azulgranas. El equipo de Rexach despide en su juego toda la pobreza en ideas que marca a su técnico. Defiende mal, horrorosamente mal; ataca de manera deficiente, máxime teniendo a los puntales que tiene para el juego ofensivo, y tácticamente está poco trabajado. Todo eso se palpó sobre el césped. Con un nuevo dibujo, Del Bosque le ganó en la pizarra y a los culés no les salvó ni la brújula de Xavi. El Madrid bailó a su rival estando bien plantado sobre el campo, lo que le permitió manejar con autoridad, mover y mover, tocar, abrir el campo... Makelele se tiró a la derecha y por arriba llegaban Zidane, Raúl y Guti. Apoyos en corto, paredes, líneas juntas y paciencia. Eso llevó al Madrid a maniatar a su rival en la primera parte. Sólo la falta de acierto ante Bonano evitó que el partido se acabara en la primera parte. El resto fue una película conocida. La relajación del Madrid y los impulsos del Barcelona trajeron consigo lo que se preveía, el empate. El Madrid no mató cuando debió y se marchó sin una victoria que merecía. Luego, el Camp Nou se fue desnudando, apagó las luces y se marchó a dormir, tras otro clásico más. Quizá flojo futbolísticamente, pero especial e inolvidable. Como siempre.