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SIN CONCESIONES

Camino de Santiago

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión26-07-2010

Igual que los musulmanes deben peregrinar una vez en su vida a La Meca, los europeos tendríamos que caminar al menos en una ocasión hasta Santiago de Compostela. No importa el país de origen ni la creencia. Todos deberíamos afrontar el reto físico, mental y espiritual que implica andar a pie largos trayectos durante días en medio del frío o del sol del verano con el fin de alcanzar una de las tres ciudades sagradas del cristianismo. Quienes hemos vivido el Camino sabemos a conciencia que lo importante no es tanto llegar a Santiago de Compostela como aprender etapa tras etapa las inmensas lecciones para la vida que depara el recorrido. Comencé el Camino en Roncesvalles hace cinco años y lo terminé al verano siguiente en Santiago. Las vacaciones eran cortas, así que no permitían vivir la experiencia de una tirada. Hicieron falta dos tandas: de los Pirineos a Carrión de los Condes el primer año y desde el corazón de Palencia hasta la tumba del santo al siguiente. Hubo más tiempo para reflexionar sobre las enseñanzas del pererinaje y, por lo tanto, para interiorizar cada sentimiento, ya fuera de emoción o dolor de piernas. Todos los días asoma la desesperanza, como una tentación para olvidar lo andado y regresar a la comodidad y el bienestar del hogar. Es parecido a la vida cotidiana, en la que a menudo dudamos sobre la falta de sentido de cuanto hacemos y pensamos en abandonarlo todo. Al final, la fuerza de voluntad y la fe en uno mismo permiten seguir adelante. En el Camino y en la vida misma. El dolor se convierte en un compañero de viaje inseparable. Pies, espalda y piernas ponen a prueba su límite. Las ampollas dificultan aún más la misión. Son adversidades físicas como las enfermedades que padecemos desde que nacemos y hasta que morimos. El sufrimiento corporal del Camino es una metonimia del que nos espera el resto de la vida. Aprendes que se trata de un lastre importante, pero jamás debe separarte del objetivo. Piensas en llegar a Santiago y eso te da fuerzas para superar las adversidades. En la vida, igual. Todos tenemos seres queridos y aspiraciones a las que agarrarnos cuando tenemos problemas de salud. Ellos son más importantes que nuestras debilidades físicas. Y al final pisas la Plaza del Obradoiro. Alzas la vista ante la Catedral y observas la majestuosidad de una edificación de origen románica con casi mil años de historia. Atraviesas el Pórtico de la Gloria y vislumbras al fondo la imagen del Santo, al que los peregrinos se abrazan uno por uno en acción de gracias. Es tanto lo vivido y lo aprendido... El Camino cambia la vida a quienes lo recorren de corazón. No importa la nacionalidad ni la cultura ni la creencia con la que se llegue. Al final, todos comparten una misma idea. La verdad de Santiago no está en las reliquias del apostol, sino en el Camino que lleva hasta él. Hay que recorrerlo para comprender su mensaje y para abrir los ojos a una verdad que trasciende más allá de donde ve nuestra mirada.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito