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ESTADOS UNIDOS

Bush, ocho años con la vista en Oriente Próximo

Por LaSemana.esTiempo de lectura3 min
Internacional15-06-2008

Hablar a estas alturas de George W. Bush es hablar de éxito electoral. Pese a que su popularidad exterior es excepcionalmente baja, y su prestigio interior ha ido cayendo en picado en los últimos años, lo cierto es que el vigente presidente norteamericano no ha perdido unas solas elecciones en 14 años.

Primero fue en Texas, donde venció en las elecciones a gobernador en 1994 y arrasó en la reelección en 1998, con casi el 70 por ciento de los sufragios. Sin embargo, las cosas serían muy diferentes en el año 2000, cuando Bush decidió hacer campaña para la elección presidencial. Tras unas primarias en las que derrotó a John McCain, precisamente el candidato republicano este año, Bush tuvo que hacer frente al demócrata Al Gore en la elección final. Una elección en la que Bush acabó obteniendo una victoria cargada de polémica por las supuestas irregularidades en el recuento de votos de Florida, el Estado que decantó la apretada balanza de las elecciones y cuyo aparato electoral estaba en manos de Jeff Bush, curiosamente el hermano del futuro presidente. Así, aun con los votos de Florida, el enrevesado sistema electoral estadounidense permitió que Bush se proclamara presidente a pesar de que Gore, su rival, contase con más votos. La política de Bush, que devolvió a los republicanos al poder tras la marcha de Clinton, dio un giro al país desde el primer momento. Tras una década intervencionista y con tropas etadounidenses ligadas a proyectos de reconstrucción de terceros países, Bush abogó en un primer momento por recortar al gasto de esas misiones y optó por reducir la presencia de tropas en el extranjero. Sin embargo, tras los ataques del 11-S, las líneas maestras de la política de Bush cambiaron de sobremanera. De una línea internacional basada en el acercamiento a América Latina, con un ambicioso proyecto de tratados de libre comercio con países como México o Perú para mejorar la posición de la economía americana propiciando una mejor posición arancelaria de sus productos, se pasó a una línea agresiva de control geopolítico en Oriente Próximo. La primera consecuencia del 11-S fue la de derrocar al Gobierno talibán de Afganistán, supuesto auspiciador de los ataques, en una operación militar que concluyó con una rápida victoria y el establecimiento de un sistema democrático amigo pero que sufre hoy día una extrema debilidad estatal que hace que los terroristas y contrabandistas sigan campando a sus anchas en diversas zonas del país. La invasión de Afganistán con el pretexto de salvaguardar la seguridad de Occidente dio paso a la teoría de la guerra contra el terrorismo, que fue la base de la segunda gran operación de la Administración Bush. En 2003, con Naciones Unidas en contra y con la justificación de eliminar unas armas de destrucción masiva que jamás aparecieron, Estados Unidos invadió un viejo objetivo, Iraq, que pese a la rápida victoria militar, Washington ha sido incapaz de cohesionar a todos los grupos étnicos y religiosos del país y acabar con el terrorismo interno. Tras la guerra, y pese a las críticas a la intervención, Bush supo unir las opiniones de los norteamericanos y consiguió una de las mayores victorias electorales de la historia del país en 2004, en la que barrió al candidato demócrata John Kerry. Sin embargo, apenas unos meses tras su flamante triunfo, sus índices de popularidad sufrieron un desplome que no ha cesado aún en estos días. Los problemas de la misión iraquí, el rechazo de Bush al Protocolo de Kyoto, la recesión económica estadounidense, el cambio climático, las voces críticas que le acusan de un fuerte intervencionismo y la pésima gestión de crisis como la del huracán Katrina en Nueva Orleáns, son sólo algunos de los escabrosos temas que hacen de George W. Bush uno de los presidentes salientes con un índice de popularidad más bajo al otro lado del Atlántico.

Fotografía de LaSemana.es