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SIN ESPINAS

La terapia del sentido

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura3 min
Opinión02-09-2007

Este domingo se han cumplido 10 años de la muerte del famoso psiquiatra Viktor Frankl. A través de sus libros y conferencias difundió por todo el mundo una práctica psicoterapéutica basada en sanar a sus pacientes ayudándoles a encontrar el sentido de sus vidas. La llamó logoterapia o terapia del sentido. En mis años de universidad tuve la ocasión de encontrarme con uno de sus libros más famosos. “El hombre en busca de sentido”. Se trata del relato de su propia experiencia en un campo de concentración nazi durante el exterminio judío. Además de ser un libro que les recomiendo por la aleccionadora riqueza que contiene, lo considero un “texto profético” que en poco tiempo se convertirá en un referente para la medicina mental. Porque precisamente en los inicios de este siglo XXI las cifras de suicidios en el mundo rico son tan escalofriantes como alarmantes. La Organización Mundial de la Salud contabiliza más de un millón al año, de un total de 10 millones de intentos por acabar con la propia vida. Esto sin contar el número de familias que piden que no se sepa la causa por la que murió su allegado. En España mueren por esta causa más personas que por accidentes de tráfico: casi 4.000. Los datos, los hechos y nuestra propia experiencia personal nos muestran la decadencia de una “civilización occidental” cuya riqueza material es inversamente proporcional a su pobreza espiritual. El problema que aqueja al hombre de hoy es, sin duda, una crisis de sentido galopante que inunda los corazones de millones de personas. Jóvenes viejos y sin esperanza que huyen de la realidad para sucumbir en un “nirvana” efímero que luego les escupe a una resaca tortuosa. Adultos que no conocen la responsabilidad y que siguen pedaleando hacia ninguna parte. Incluso los mayores, que esperan hastiados el ocaso de su vida para que “todo termine”. Tras sobrevivir al horror nazi, Frankl pudo comprobar en esencia que cada hombre que le acompañaba en esa terrible experiencia, conservaba una parcela de su mente y su corazón que nadie podía tocar. Podían hacerles pasar por las peores penurias, encadenarlos, amenazarlos, apalearlos; pero no podían obligarles a pensar lo que no querían, ni a amar lo que odiaban y por supuesto a despreciar aquello que era lo más importante para cada uno de ellos. Su mujer, sus hijos, Dios. En aquel escaso margen de libertad que trataba de dinamitar la moral y el espíritu de aquellos hombres y mujeres; unos sucumbían y decidían lanzarse contra la vaya electrificada, o se convertían en compañeros tan crueles y despiadados como los carceleros. Otros en cambio, con una energía espiritual indestructible, decidían vivir lo que les quedara de vida de acuerdo con una dignidad que nadie podía arrebatarles. Estos abrían su corazón a la esperanza y ayudaban al más necesitado; o sostenían su ánimo con la ilusión de poder volver a ver al amor de su vida. Hay neurosis que son congénitas o puramente físicas pero otras muchas, cada vez más, nacen del sentimiento del fracaso de quien no tiene ningún proyecto serio que mueva su voluntad a luchar, por el que sufrir, por el que merezca existir; y vivir plenamente. Nieztche decía que “quien tiene un por qué por el que vivir, puede soportar todos los cómos”. Viktor Frankl iba mucho más lejos al asegurar que cada hombre y cada mujer existen para algo y pueden vivir para Alguien. Ayudarles a descubrir esa pasión, esa misión, ese Amor que llevan dentro y da sentido a sus vidas; no es tarea de psicólogos o psiquiatras sino de todos.

Fotografía de Javier de la Rosa