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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

Pedagogía a martillazos

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión17-09-2001

La única vez que un adulto me ha puesto la mano encima fue un profesor (Padre R., Calasancio, primera semana de clase de 1988). Esta semana se cumplen 13 años de aquel atentado contra mi integridad física, un capón fortísimo con un anillo de oro. No recuerdo que estuviese hablando o distraído, así que aún no sé por qué me golpeó. Si hubiera preguntado, habría llegado con dos chichones a casa. Aquel hombre era inflexible, como la filosofía a martillazos de Nietzsche, otro ejemplo de que la violencia, aunque sea verbal, genera más incomprensión y violencia; rara vez aprendizaje. El año que empecé Sexto de EGB, dejé de ver el mundo como un niño. Otros profesores que encontré en los escolapios me dieron buenas lecciones. Uno, antes del examen final de una asignatura suspendida un parcial tras otro, me pidió que no me presentara: "Te apruebo aunque no te lo has ganado, porque eres un vago, y lo hago por tu madre, que no se merece que le des estos disgustos". Aquel maestro de corazones supo ver que no estudiar la Lengua de Sexto no me impediría ser editor y columnista diez años después; pero sí me dio una doble lección de amor. Otra me dio la profe de Dibujo Técnico en BUP: "Álvaro, podría aprobarte, pero te mereces más que eso". Un trimestre después fui el único de la promoción que resolvió un alzado dificilísimo en el examen final, ante el sano mosqueo de compañeros que ahora son ingenieros. También recuerdo al profesor de Inglés que vio mi primer 1,25 sobre diez y me juntó con otros compañeros en un grupo semanal hasta el día antes de selectividad, cuando firmé un examen de 8,25, la nota más alta de todos los que hice. Estos Maestros me traen al recuerdo un título de Unamuno: Amor y pedagogía. Y aprendí mucho, más de frases y gestos que de programas y horas de estudio. Unos creen que tumbando las Torres Gemelas harán ver a EE.UU. que no puede ignorar a millones de personas que mueren de hambre, a miles de musulmanes desterrados. Los otros, iguales, creen que su discurso se salva olvidando a los miserables y bombardeando a los disidentes. Nos venden Guerra Santa, Revolución y Eterno Progreso en nombre de una felicidad o utopía futura. Pero la felicidad futura es infelicidad eterna: fundamentalismo que justifica cualquier medio. La felicidad, como aprendí a pesar del capón -y no gracias a él-, se gana cada día, aquí y ahora, con el corazón creando lazos de amor, apoyo y comprensión desinteresados. La verdadera historia no es la martilleante crónica de atentados, guerras o conquistas planetarias; la historia más importante es tu amante crónica del espacio interior.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach