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EL REDCUADRO

La huelga fue de miedo

Fotografía
Por Antonio BurgosTiempo de lectura2 min
Opinión24-06-2002

Esta bendita lengua española, cada vez más maltratada, es una maravilla en la infinita capacidad de expresión que concede a sus hablantes. Tengo, además, la suerte de vivir en una capital donde el español se habla con singular riqueza expresiva, no en el balde le llaman la Ciudad de la Gracia. En el hueco de la mañana llamé a un amigo comerciante de la calle Sierpes para preguntarle cómo iba por allí la huelga general. Y me dijo: -- ¿Cómo va a ir? De miedo... Tan de miedo, que ninguno de los que queríamos abrir la tienda nos hemos atrevido, con los piquetes insultando a la gente... "De miedo", esa expresión coloquial intensamente ponderativa, es la exactamente indicada para describir los resultados de la huelga. Con esos piquetes y con esa cobardía colectiva ante sus coacciones, las huelgas siempre triunfan porque salen literalmente de miedo. Los que hacían la siembra de clavos en presencia de Méndez y Fidalgo para que no circularan los autobuses estuvieron de miedo. Los de la silicona en las cerraduras y en los cajeros automáticos estuvieron de miedo. Toda España estaba de miedo. De miedo hasta las mismas trancas. La pena es que, a la hora del balance, como ni Méndez ni Fidalgo tienen esta capacidad expresiva, no hayan dicho: -- Señores, la huelga nos ha salido como siempre: de miedo. Más que La Internacional, ayer sonaba en toda España al fondo la copla de Marifé de Triana: "Miedo, tengo miedo..." Y menos miedo hubo por obra de unos españoles de los que apenas se habla hoy, uno de lo cuales murió en Leganés, y para quienes el 20-J aún no ha terminado a estas horas. Son 9.000 policías y guardias civiles que protegerán la Cumbre Europea. Muchos de ellos estuvieron ayer desde el alba patrullando en cocheras de autobuses, en mercados centrales. Comieron quizá de bocadillo, y siguieron en el tajo. Terminada la huelga, esta madrugada habrán llegado a Sevilla en transportes militares. A estas horas estarán protegiendo un hotel, un centro de convenciones, un cruce de carreteras, lejos de su casa. Si su sueldo fueran tan largo como sus jornadas, serían millonarios. Ayer, los piquetes los llamaban fascistas. Hoy, los antisistemas los llamarán cosas peores, y con lo que quieran llamarles se tendrán que conformar. Muertos de sueño y de cansancio, con los nervios destrozados, pero sin un mal gesto. Si la huelga ha estado menos de miedo ha sido por estos hombres, que sí que son de miedo. Y sin miedo.