La que se suponía iba a ser la final del siglo fue en realidad una gran decepción. El miedo a perder se apoderó de la situación. A los dos equipos les faltó valentía y determinación; al Madrid por no buscar el segundo gol y al Atleti por conformarse en el tramo final cuando era físicamente superior. El empate fue para ambos la victoria que ninguno mereció, e inevitablemente a los penaltis se llegó, la manera más injusta de decidir el campeón. Excesivo castigo para los atléticos encajado con resignación y demasiado premio para los madridistas acogido con satisfacción reflejaron un tremendo contraste entre la afición.
Con el paso del tiempo La Undécima no será recordada con grandeza, pasará a ser una más en las vitrinas del museo del Bernabéu. Nunca un gol hizo tanto daño al equipo que lo anotó, pues a partir del 1-0 el Madrid dejó de ser el Madrid, regaló la posesión de balón y se replegó. Con la ventaja en el marcador Zidane renunció al plan que le estaba funcionando y perdió la ocasión de deslumbrar al mundo. El entrenador francés se vio ganador antes de tiempo y se equivocó en agotar todos los cambios, el Madrid acabó fundido y a punto estuvo de costarle el título.
El Atleti tampoco mostró su mejor versión. No salió en los primeros minutos con la intensidad y el ímpetu que le permitió sorprender al Barça y al Bayern en las eliminatorias anteriores. Los del Cholo no supieron proponer el fútbol necesario para batir la cerrada defensa del Madrid cuando le tocó ir a por el empate, y sólo el desborde y el desequilibrio de las jugadas individuales de Carrasco dieron esperanza a los atléticos. En la prórroga luchó contra un rival moribundo y no fue capaz de sentenciarle, creyendo que el mejor de los males iban a ser los penaltis.
Definitivamente, no fue el gran partido que todo el mundo se esperaba cuando Casemiro y Gabi se convirtieron en los mejores de sus equipos, cuando las ocasiones de gol brillaron por su ausencia o cuando la mitad de los jugadores se arrastraron en la prórroga a causa de sus problemas físicos. Tras analizar con perspectiva los detalles de la final, pasada exactamente una semana, se puede decir que no dejó muy buen sabor de boca para aquel aficionado al que no le interesaba que ganara ningún equipo sino el fútbol.