Misterio en Belén

25-12-2012
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Hace pocos días me encontraba justo en Belén. Esa localidad palestina acorazada situada a ocho escasos kilómetros de Jerusalén. Bloqueada por un muro de cemento de más de cinco metros de altura que da cuenta de un problema. Y dentro, un misterio.

Hay una dimensión menos que traspasar cuando uno toca las mismas piedras que pisaron otros unos cuantos dos mil años atrás. Sólo el tiempo nos separa. Y no sé si eso es mucho o es poco. Yo creo que es poco, aunque significativo. Pero no puedo explicar por qué. La sospecha del todo no puedo comprenderla.

En la basílica de la Natividad siempre es Navidad; una extraña y hermosa construcción llena de vasos comunicantes de piedras y estilos oculta una pequeña cueva y una piedra bajo una estrella de plata de ocho puntas que pudo haber sido el pesebre que acunó al Niño Jesús.

La estructura de la basílica se mantiene desde Constantino, siglo IV, y eso no está tan cerca del acontecimiento histórico del nacimiento de Cristo, lo que nos podría hacer dudar sobre el lugar exacto. Sin embargo, hay escritos de San Justino del año 150 que dan testimonio de Belén como la cuna de Jesús. Y hay más y mucho más cerca, la historia bromea, ya que fue el mismo Adriano el que decidió profanar el lugar que los primeros cristianos habían marcado. En su afán por ocultarlo plantó un bosque sagrado en adoración a Adonis.

Y el pagano marcó el lugar del pesebre para siempre.

Contradicciones y riqueza; representación de la diáspora que vive el corazón del hombre, en la basílica de la Natividad conviven cristianos griegos, armenios y romanos. El altar mayor y las tres naves principales están custodiados por la Iglesia Ortodoxa y justo debajo se encuentra la cueva del pesebre, guarnecida por armenios en platas y candiles. La nave central, arriba, está separada del santuario por un iconostasio. Una lánguida penumbra bicolor baña el patio de columnas. El suelo deja ver restos de lo que fueran ricos mosaicos romanos. Es casi negra, por sucia, y sin embargo una curiosa experiencia dorada la envuelve. Los fieles no pueden ver lo que hace el sacerdote que consagra tras la intimidad de las cortinas. De alguna forma ese día nublado, esos iconos, ese muro de terciopelo y plata, el otro de cemento de la ciudad, nos devolvían un poco a la contemplación del Misterio.

Y el Misterio quedó envuelto en misterio. De un albor apacible a los ojos, de olor a incienso el holocausto que subía en forma de plegarias humeantes a ese punto que ya no es aquí, sino más allí.

Y todo encima de un trozo de roca que golpea la historia y zarandea nuestros corazones cada año. Si Adriano no pudo ocultarlo, quizá nuestro neopaganismo esté grabando a fuego unas navidades que prometen preguntas de verdad y respuestas misteriosas, quién sabe. Regalos que no se ven del todo, apenas se huelen y se tocan. Ocultos y evidentes que transfiguran y permiten ver el cielo cuando el asombro ocurre y ya nada puede borrar el aliento del Misterio de Belén sobre mi cara. Y estábamos allí. Estuvimos.

Irene Vázquez

Licenciada en CC. Económicas y Empresariales

Máster en Filosofía y Humanidades

Publicista de oficio

Profesora de la UFV y filósofa amateur

Por una cultura de la creatividad

Twitter: @IreneVazquezRom


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