Los alemanes ganaron la partida. Esta vez, el Bayern venció al Chelsea; Pep ganó a Mou. Se volvió a decidir todo en la tanda de penaltis y, cambiando el guión de hacía dos años, fue el conjunto bávaro quien se adjudicó el primer título del año: la Supercopa de Europa. Bestias feroces, dominaron de principio a fin, empataron en dos ocasiones y su cancerbero Neuer logró salvar los muebles y rematar la faena en la tanda de penaltis ante Lukaku. Suerte o efectividad alemana; mala suerte o falta de gestión londinense. Finalmente, 2 (5) – 2 (4) para los bávaros. Para Guardiola.
La cita pronto se convertía en un choque táctico y meditado. Un partido abierto a cualquier resultado en el que las apuestas aún no estaban cerradas ni tampoco se atrevían a decantarse hacia uno de los conjuntos campeones. Hacia Guardiola o Mourinho; fuerza alemana o inteligencia inglesa. Nada claro y todo por decidir. Así recibió Praga la final del primer título europeo de la temporada, a un Bayern Múnich y Chelsea que se volvían a ver las caras dos años después. En otra final europea, en un duelo de equipos y de entrenadores. Sin duda, un duelo de titanes. El primer pulso de la temporada, orgullo en mano, en el que el honor y el respeto estaba en juego. Futbolística y personalmente. Un choque que comenzó dubitativo, renqueante, pero que a los siete minutos de juego ya se tiñó de azul. De un blue sólo característico de un viejo conocido, Fernando Torres, que tras una bonita jugada de contragolpe, fulminaba con golazo la portería de un Neuer incrédulo. 0-1. Así, el Chelsea comenzaba ganándole la partida al conjunto alemán. Rápido, sin esperas. Como a él más le gusta. Aprovechando la contra para sorprender a un Bayern que pronto comprendió la dinámica del juego: marcar o morir. Por ello, lejos de amilanarse, siguió su camino del toque y la elaboración, haciéndose poco a poco con el control del encuentro. Sólo le faltó suerte de cara al gol. Eso y que los últimos metros se le atragantaban. Con un Roben bien cubierto y un Frank Ribéry que lo intentaba de todos los colores, sin suerte, fueron transcurriendo los minutos. El empate se sellaba por momentos en el marcador.
Tras el descanso, el partido se retomó tal y como se dejó. Mismos jugadores, mismo ambiente, mismo guión. Idénticas ideas y filosofías por las que ambos conjuntos apostarían de igual forma en la segunda mitad. El Bayern, dominando; y el Chelsea, defendiendo, buscando siempre las salidas rápidas a la contra. Les había funcionado en el primer tiempo, ¿por qué no continuar? Entonces, fruto del destino irremediable, de la sensatez más visible, surgió lo que todos esperaban, menos el Chelsea y Mourinho. El Bayern empató. A los pocos minutos de reanudarse el gran choque, por sorpresa, pero premeditado. Con un trallazo desde fuera del área de Franck Ribéry que lo había intentado por activa y por pasiva en la primera parte, y con una potencia y rabia desmesurada que dejó sin opciones a Peter Cech. El 1-1 brilló en el luminoso bajo el abrazo de Ribéry y Pep. El choque de trenes volvía al mismo cauce del principio. Pero ahora el Bayern se sentía fuerte, seguro y dominador. Como se le recuerda. El conjunto londinense, por su parte, seguía esperando su oportunidad. Una espera que se hacía larga ante las continuas llegadas del conjunto alemán al área rival. Expectación máxima; destino incierto todavía. Varias ocasiones claras del conjunto bávaro, arreones londinenses, paradas salvadoras de Neuer, expulsión de Ramires y el Chelsea con uno menos... Todo tenía cabida en una final intensísima. Tanto, que hasta se llegó a prórroga. Media hora más por delante en la que el Chelsea, con uno menos, llegó incluso a adelantarse. Pero un tanto de Javi Martínez en el último suspiro dio esperanzas a los bávaros. Y casi la Supercopa, primer título de la temporada para los bávaros que terminó de hacer suyo Neuer en la tanda de penaltis. El Bayern y Guardiola ganan.
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