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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

Cociente intelectual

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión09-12-2002

Los niños superdotados en España han sido ignorados por la sociedad y, por extensión demoscópica, por los políticos. Algunas asociaciones se han ocupado de ellos, pero hasta ahora andaba en boca de muy pocos esto del cociente intelectual de los más pequeños. Parecía evidente que si el cociente intelectual podía ponerse de moda en España, sería gracias a la televisión. Un programa que lleva anunciándose semanas ha sembrado el debate en los autobuses interurbanos, las peluquerías de barrio y algunas cafeterías supuestamente universitarias. “Marilyn Monroe: 166; Einstein: 160”, reza la intencionadísima publicidad del programa. La curiosa e incomprensible identificación con Marilyn -o Elvis, o demás mitos del sueño americano: chic@ normal que llega lejos que aquí ha tenido, por fin, su icono en Bustamante- no podía dejar de ofrecer frutos: medios de comunicación, asociaciones y otros foros menores empiezan a hablar de ello. Quién sabe qué concluirán: ¿las rubias guapas pueden ser también listas? ¿las rubias guapas, por mucho cociente intelectual que tengan, están predestinadas a ser tontas? ¿Marilyn era inteligentísima y virtuosísima pero todos a su alrededor eran malos-malísimos y acabaron por hundirla? Mientras, yo, aunque admiro y respeto sobremanera a la única e irrepetible rubia más rubia de Hollywood, dedico un momento al viejo loco Einstein: ¡cuánto debió trabajar el pobre para que, siendo menos inteligente que Marilyn, fuera capaz de formular la Teoría de la Relatividad y dar un giro a la física como dicha ciencia no había conocido desde Newton. Otros periodistas, desde otras páginas, se dedican a perseguir historias de niños superdotados que son ahora, años después, personas normales. El artículo no denuncia la falta de medios para que hubieran recibido la educación que merecían. Tampoco se pregunta qué mide o deja de medir de nuestra irreductible inteligencia un número de tres cifras. Constata, como si de un descubrimiento se tratara, que “la inteligencia tampoco da la felicidad”. No preguntaré el cociente intelectual de dicha redactora. Nunca lo pregunté de nadie porque, la verdad, no me dice casi nada de una persona.