ANÁLISIS DE SOCIEDAD
Ayer me robaron la cartera
Por Almudena Hernández2 min
Sociedad21-11-2017
(Relato basado en hechos reales para no hablar de otras cosas que nos manda la agenda mediática y política, que ya aburre)
Pongamos que fue ayer. Ayer me robaron la cartera. Fue en un lugar público, ante caras habituales. No, no piensen ustedes en atracos a punta de pistola, con agresión y demás. Fue algo más simple que, a la postre, me dio grandes lecciones.
En cuestión de minutos, de la incredulidad pasé a la desesperación y de éstas a la rabia. Luego se quedaron todas juntas un buen rato y se sumaron a la fiesta la sospecha y la acusación interior a posibles culpables. Algún inmigrante tenía cara de culpable. El resto no, que va. Y yo, estaba completamente segura de que me habían fastidiado a lo bestia, que me pasaría días de trámites y papeleos.
Pero, insisto, por suerte, ayer me robaron la cartera. Y mientras me desquiciaba caía la noche sobre Madrid y sus papeleras. Revisé unas pocas en el barrio creyendo que quien me había robado la cartera delante de mis narices, en un descuido, habría cogido los sesenta euros que llevaba y se había deshecho de ella. Me sentía vulnerable, con mi intimidad y mis datos en manos de algún malo malísimo.
Quizás había comprado algún billete de metro. Como cuando otra vez me robaron el bolso en el hospital, hace años.
Por suerte, esta vez, me robaron la cartera pero no el móvil ni las llaves de casa, que van siempre en un lugar a mejor recaudo. Y llamé angustiada mis seres queridos para que anulasen por mí las tarjetas de crédito. Tras pocos minutos y otras pocas papeleras, me avisaban que en el banco todo andaba bien.
Me quedé más tranquila, pero proseguí la búsqueda. Y a mi desgracia se sumaron una cuadrilla de personas cuyo nombre desconozco. Retrasaron su vuelta a casa por ayudarme. Incluso, me acompañaron a los lugares donde había estado previamente. Por suerte, ayer me robaron la cartera y descubrí que, pese a Twitter, la política y la televisión, hay buenas personas.
Al llegar a casa, rabiosa, cansada y cabreada, hice una lista de lo que llevaba en la cartera para cursar la correspondiente denuncia en la Policía. Luego, me acordé de San Antonio, cuya estampita siempre está localizable. Y busqué en un lugar "por si acaso".
Y apareció.
No me habían robado la cartera. No había sido ningún inmigrante con cara de culpable. Me sentí fatal sólo por haberlo pensado.
Días después, cuando volví a encontrarme con esas personas de mi cuadrilla de búsqueda me preguntaron por mi desgracia. Avergonzada, reconocí, que la responsable de todo aquel desaguisado había sido yo solita, que había cambiado las costumbres por un día. Les di las gracias por ayudarme.
"¿Nos pediste ayuda?", me dijo una de ellas. "No", les contesté. "Pues entonces", y sentenció flamenca: "Lo hemos hecho porque hemos querido".