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ANÁLISIS DE CULTURA

Por qué elegimos ir a ver 'It'

Fotografía
Por Marta G. BrunoTiempo de lectura3 min
Cultura13-09-2017

Hay una frase que repatea escuchar pero que debemos llevar todos implantada en nuestros cerebros porque hasta el que más la critica la pronuncia en alguna ocasión.

"Si hubiéramos hecho esto…", "Si hubiera elegido la otra opción" "Teníamos que haber…"

 El maravilloso mundo de las decisiones, probabilidades y el utópico destino. Como cuando vas a incorporarte a una carretera que sabes estará atestada de coches con conductores desesperados, de los que con tal de evitar que les adelantes apuran al máximo el espacio con el coche que tienen por delante hasta el punto de estar a punto de comérselos con patatas. Te quedan apenas unos metros para incorporarte mientras circulas por una carretera apacible, pero por la que sabes que si continúas tardarás el doble en llegar a tu destino, o quién sabe cuándo y dónde acabas. Y eliges la primera opción. La carretera atestada. Y, efectivamente, acabas atrapado. "Tenía que haber seguido por la otra carretera", mascullas.

Continúo enfrascada en 4 3 2 1, del neoyorquino Paul Auster, historia que aún me hace indagar más en este divagar de anécdotas continuas, el paso del tiempo que salvo contratiempos uno mismo traza sin saber qué pasará en la página siguiente porque como bien afirma su protagonista, si lo supiéramos seríamos Dios. Frustrante a la par que emocionante. ¿Es la toma de decisiones un proceso deliberativo o la última palabra nace de nuestra parte cerebral más irracional? Auster nos mete de lleno en ese vaivén de sucesos que componen la vida humana y los diferentes caminos que pueden tomar, vías que terminan en la muerte (spoiler a medias porque este libro es de finales relativos) o el éxito (lo dicho).

  Cuando tenemos que escoger entre dos opciones la mayoría nos decantamos por aquella cuya probabilidad nos es conocida. Y esto no lo digo yo, sino Daniel Ellsberg y su paradoja de la decisión, la que explica nuestro miedo natural al riesgo. Tratamos de anticipar el futuro. Nos gusta la seguridad. Nos gusta que nos aconsejen.

  Y por eso existen, entre muchas otras cosas, las críticas literarias y cinematográficas. Siempre me he preguntado ¿por qué queremos la opinión de otro ante una película que quizás deberíamos juzgar nosotros primero? ¿por qué necesitamos el número de estrellas que valoran en los medios un libro sobre otro? ¿Por qué funciona la publicidad? Porque nos ofrece seguridad.

 Ejemplo práctico. Vamos al cine a ver la película It. La versión ochentera nos dio miedo porque (en mi caso mi edad no llegaba a las dos cifras) y porque nuestro umbral del miedo cinematográfico estaba a niveles muy distintos a los actuales, que ya han superado todas las expectativas y han formado un escudo difícil de atravesar. Si volvemos a verla puede que el género divague entre el terror y la comedia gore. ¿La nueva? Nos han vendido que es buena, que asusta. La probabilidad de que nos dé miedo depende de la publicidad que hayan hecho de ella. En realidad es mucho más fácil que los libros de Stephen King nos hagan sufrir con creces.

 Con seguridad sabemos que cualquier adaptación de los libros del escritor de Maine serán un éxito en taquilla o al menos merece la pena el riesgo. Lo acredita el Libro Guinness de los Récords al situarle como el autor más adaptado al cine de la historia.

 Cabe preguntarse por qué todavía ningún escritor ha desbancado la ficción de terror del americano. O por qué la edad dorada de las series de las películas de miedo la marcó la década de los 80. Podemos presumir de vivir el punto álgido de las series, pero ni éstas superan en 50 minutos lo que Stephen King hizo con sus narraciones llevadas después al cine. Será que la realidad es demasiado escabrosa para ficcionarla, o algo mucho más sencillo que tiene que ver con las modas. Las decisiones son tan difíciles que es mejor escuchar lo que la ficción nos traslada al subconsciente. Entonces…¿somos seres racionales?