Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

Indómita Chechenia

Por Txema GarcíaTiempo de lectura3 min
Internacional27-10-2002

Los desencuentros entre rusos y chechenos se remontan a muchos siglos atrás pero las raíces del odio han sobrevivido hasta la actualidad, donde la Guerra de Chechenia ha quedado olvidada por un Occidente al que siempre le ha resultado más cómodo considerarla como un problema interno ruso.

La República Islámica de Chechenia está ubicada en el Cáucaso entre Irán, Turquía, Kazajstán y Daguestán. Con apenas medio millón de habitantes, su situación privilegiada entre los mares Negro y Caspio la convierte en una zona petrolífera clave para los intereses rusos. Los enfrentamientos entre rusos y chechenos tuvieron uno de sus más crueles episodios durante el siglo XIX, en el que los zares no pararon hasta hacerse con el control de este pequeño enclave y derrotar a Shamil, el imán que logró unificar a todas las etnias musulmanas de la región y con el que entre 1855 y 1859, lograron incluso ser independientes. Posteriormente, ya durante la Segunda Guerra Mundial, Josif Stalin ordenó la deportación masiva a Asia Central y Liberia de decenas de miles de personas tras acusar a la región de colaborar con Hitler. La mitad de los deportados murió antes de llegar a su nuevo hogar. En 1957, aquellos que aún permanecían con vida pudieron regresar a su tierra tras la amnistía de Nikita Jruschov. Durante los últimos meses de vida de la Unión Soviética, Chechenia proclamó su independencia y en diciembre de 1994, el por entonces presidente ruso, Boris Yeltsin, ordenó atacar la región para evitar su descomposición a causa de las mafias, para frenar las tendencias separatistas en la Federación y garantizar los oleoductos que cruzan por el Cáucaso. La ofensiva es un fracaso. Los combatientes chechenos se repliegan hacia las montañas del sur y combinan guerra de guerrillas y espectaculares acciones terroristas, como las tomas de rehenes de Budionnovsk y de Kizliar, antecedentes lejanos de la acción del Teatro Central de Dubrovka, en la capital rusa. Tras 10.000 muertos, cerca de tres años de guerra y humillación para un Ejército que fuese heredero del segundo más potente del mundo, Moscú accedió a firmar los Acuerdos de Jasaviurt que tácitamente conceden la autonomía a Chechenia. Ya antes, en 1996, Chechenia había declarado su independencia de la Federación rusa. Las primeras elecciones democráticas de 1997, en las que fue elegido presidente Aslan Masjadov y en las que se proclamó el establecimiento de un Estado islámico regido por las leyes de la Sharia, no frenaron los secuestros, el tráfico de armas, el robo de petróleo y la aparición de señores de la guerra que, de hecho, constituyen un poder paralelo. La sucesión de atentados contra edificios de viviendas en las principales ciudades rusas de septiembre de 1999, en los que murieron más de 300 personas, y la ofensiva de mujaidines provenientes de Chechenia contra la vecina Daguestán, otra pequeña república del Cáucaso norte, dieron la excusa perfecta a Vladímir Putin para resarcirse de la derrota rusa y comienza una operación antiterrorista para acabar con los grupos terroristas islámicos concentrados en la república chechena. Después de una brutal campaña en el año 2000, que terminó con el aniquilamiento de Grozni (terrible en ruso), la capital de Chechenia, Putin decreta el estado de excepción y suspende las libertades con la intención de gobernar la República rebelde desde el Kremlin. En la actualidad, los combatientes chechenos resisten en las montañas del sur desde donde diezman a las tropas rusas con atentados terroristas y guerra de guerrillas.