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ANÁLISIS DE INTERNACIONAL

Armas en EEUU, la delgada línea entre seguridad y muerte

Fotografía
Por Isaac Á. CalvoTiempo de lectura4 min
Internacional26-09-2016

El programa Enviado Especial: El país de las armas, conducido por Jalis de la Serna y emitido por La Sexta, es un interesante reflejo de la cultura de las armas en Estados Unidos. Es difícil entenderlo desde Europa, donde la seguridad se ha puesto en manos exclusivamente de los cuerpos policiales.

En Estados Unidos, prácticamente, cualquier ciudadano puede tener pistolas, revólveres, rifles, fusiles... siempre que sean semiautomáticos. Las principales discrepancias se centran en los requisitos para obtener las armas, los lugares en donde están permitidas y si estas han de llevarse ocultas o a simple vista.

En el programa de televisión se muestra un colegio en el que los profesores disponen de autorización para estar armados y defenderse ante un hipotético ataque. Incluso se va más allá cuando en otro centro educativo se debate si todos los alumnos que lo deseen pueden ir a clase con armas. El debate está servido entre quienes están a favor y los que están en contra.

Un punto importante en el asunto de las armas es la confianza en los demás. El ser humano confía en que sus semejantes se van a comportar bien. Cuando uno come en un restaurante se fía de que no le van a servir comida en mal estado. Cuando se monta en un avión se tiene confianza en que el piloto va a estar en condiciones y capacitado para hacer despegar, volar y aterrizar el aparato. Cuando uno coge el coche confía en que los que vienen de frente no sean unos kamikazes. Por esta razón, hay gran alarma social si ocurren grandes intoxicaciones alimentarias, un piloto estrella deliberadamente el aparato, un suicida embiste a un vehículo y acaba con la vida de varios miembros de una familia...

La proliferación de armas en Estados Unidos exige un enorme plus de confianza en los demás. Quienes las tienen dicen que las van a utilizar en caso de extrema necesidad y siempre para defenderse, pero los arrebatos de ira, la violencia, los abusos y el mal existen y pueden aparecer en cualquier momento... incluso en las personas más pacíficas o en quienes están entrenados para defender a la comunidad.

En la última semana, ha vuelto a surgir un caso en el que la Policía ha matado a un hombre negro al que se le había averiado su camioneta y estaba desarmado. A pesar de ello, fue abatido por una agente blanca. No es el primer caso, ni lamentablemente va a ser el último, ya que este tipo de sucesos son mucho más frecuentes de lo que deberían.

Es verdad que los policías cuando actúan contra un sospechoso (independientemente de su raza) no saben cómo va a reaccionar este último y si está armado. Por esta razón es lógico que tomen precauciones y se pongan en lo peor, pero de ahí a tener el gatillo tan fácil hay un largo trecho. Es imprescindible contar con buena preparación tanto profesional como psicológica para no matar a una persona. Acabar con la vida de alguien (por muy sospechoso que sea) es un hecho triste, pero se convierte en tragedia si el fallecido estaba desarmado.

Este problema se agrava aún más cuando se da la circunstancia de que el agente es blanco y el fallecido es negro. Este hecho alimenta la gran desconfianza mutua que hay entre estas dos comunidades, que viene heredada de tiempos de la esclavitud y del racismo, pues hasta mediados del siglo XX los negros estaban considerados como ciudadanos de segunda en numerosos aspectos cotidianos.

Y esta cuestión llega al cenit de la gravedad cuando se investiga al policía que se ha extralimitado y es absuelto por los tribunales, a pesar de las pruebas existentes en su contra. La sensación de injusticia, impunidad, e impotencia crece en las familias de las víctimas y en el resto de la comunidad afroamericana.

Los defensores del uso de las armas en Estados Unidos dicen que, a pesar de los asaltos violentos y de los errores en los que mueren inocentes, se sienten más seguros con una pistola en la mano. Incluso, afirman que atentados como los de París y Niza (en los que murieron 214 personas) se habrían saldado con menos víctimas mortales si los ciudadanos de a pie hubieran portado armas.

En Estados Unidos, aproximadamente, mueren 90 personas por arma de fuego cada día (más de 32.000 al año). A este respecto, cabría preguntarse si la limitación del uso de este tipo de armamento reduciría ese altísimo número de víctimas mortales, que equivale a 149 atentados como los sufridos en Francia.

Programa completo Enviado Especial: El país de las armas