Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

ANÁLISIS DE SOCIEDAD

Lágrimas negras

Fotografía
Por Almudena HernándezTiempo de lectura3 min
Sociedad25-05-2016

Hubo una vez en la que existió un maestro que no lo parecía hasta que le echamos de menos. Se hacía llamar cariñosamente ‘Yeyo’, aunque en los papeles más formales ponía Eugenio González Ladrón de Guevara, y todos los pupilos nos dirigíamos así a él. Hubo una vez en la que la distancia, y la vida, apenas nos dejaron el cordón umbilical de las redes sociales o algún encuentro casual y sabíamos que uno y otro existíamos. Pero hubo un viernes 20 de mayo en el las personas que laten tras las tecnologías anunciaron que el gran Yeyo había muerto y con la triste noticia nació la justicia tardía de valorar realmente lo que supuso para cientos de jóvenes comunicadores, otros profesionales y personas de todo tipo. Hasta el gran Yeyo, grande no sólo por su dimensión física, parece que quiso esconder su magnetismo y magnitud eligiendo como última fecha un empate con el popularísimo aventurero Miguel de la Quadra-Salcedo.

Atrás quedaba el gran hombre supo contagiar su pasión por la radio y la música, una relación visceral y natural, como el que necesita el aire para respirar y el corazón para enamorarse. Yeyo también supo, con disimulo, aupar y premiar a los empollones, currantes y responsables de la clase, animar a los que claudicaban, conquistar a los que se perdían y, a la vez, enseñar.

No todos coincidíamos con él ni en su forma de hacer las cosas, ni en sus ideas, ni en su bonachona extravagancia, pero sólo bajo esa gorrilla, tras esas barbas de pirata de la bonhomía y bajo la talla con muchas equis de su camiseta se encontraba el maestro de incógnito que muchos no atinamos a ver como el gigante que era: en lo humano y en lo profesional.  

Han pasado unas horas desde que lloré un poquito por la muerte del gran Yeyo y, desde entonces, lo único que intento es tratar de recordar una canción que le esté a la altura. Creo que le gustaban demasiados tipos de música y que jamás lograría culminar con éxito mi cometido. Hasta donde le conocí, Yeyo daba palmas con un buen palo flamenco, gesticulaba al otro lado del cristal del estudio de radio mientras sonaba una voz negra o imitaba al batería de una banda de rock con los altavoces a toda pastilla.

Una vez, cuando estudiábamos Periodismo en la Universidad Francisco de Vitoria y ya nos había contagiado el virus de su pasión por las ondas y el pilotito 'on air' a las primeras promociones de esa universidad, Yeyo no dejaba pasar por el pasillo central del centro a ningún ser viviente sin colocarle un trozo de esparadrapo en el pecho. Era la época de ‘El corazón partío’ de Alejandro Sanz, y al maestro se le iban los pies y la sonrisa con aquella creación del cantante mientras aderezaba vestimentas con el adhesivo. 

También he recordado estos días que fue por su ‘culpa’ que esta periodista hiciese prácticas en una publicación para pymes en los primeros pasos del segundo curso, cuando aún estaban frescos los exámenes de recuperación para septiembre de las asignaturas de Márketing y Economía. Yeyo creyó, como así fue, que sería una buena forma de lograr que no volviese a fallar en esas materias.

Y, en cuarto, indultó a esta becaria sin papeles de la sección taurina de un periódico por falta de codos cuando supo que la pringada de la redacción había tenido que apechugar y echar un capote tras la dimisión del crítico oficial y su sustitución.

Por eso, Yeyo, sin querer leer otros homenajes que sé que te han hecho quienes te valoran y conocen más que yo, aquí en tu querida LaSemana.es va el de esta alumna que, desde hace un puñado de horas, está aprendiendo a echarte de menos, con el recuerdo del micro ante el que tantas horas invertimos y mientras suena en la imaginación una canción cualquiera, por ejemplo ‘Lágrimas negras’.