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ANÁLISIS DE CULTURA

Carlos III, el político

Fotografía
Por Marta G. BrunoTiempo de lectura2 min
Cultura04-05-2016

"Espero hacer que este reino vuelva a florecer". Y floreció con sello italiano, y por algo dicen que fue un rey que supo elegir bien a sus ministros. De los que reforman con cabeza. Que consiguió dejar a España en el siglo XVIII en una mejor posición que su padre. Gracias al que Madrid se convirtió en una ciudad digna de ver. Calles pavimentadas, iluminación y alcantarillado. Y de los pocos que trabajó para mejorar la vida de los que le servían. Vamos, que si gobernaba era no sólo porque le tocara sino porque le gustaba. Me temo que hoy la cosa va más de tener la cartera resguardada bajo el frío. Si el resto lo pasamos, es cosa nuestra. 

Despotismo ilustrado. Ni le gustaban los trajes ni dárselas de rico. En 30 años no tendría más de diez casacas. Decía Montesquieu que “queremos ser más felices que los demás, y eso es dificilísimo, porque siempre les imaginamos mucho más felices de lo que son en realidad”. Carlos III no era más feliz de lo normal, sino que ocupaba su tiempo en hacer y no en pensarlo. Resultado: aún celebramos la Lotería, incubó lo que hoy es la Seguridad Social y todo ello con el valor de mantener (aunque no tanto en los mares pese a los esfuerzos de uno de sus mejores hombres, el marqués de la Ensenada) la importancia del país en tiempos de guerra. Hoy nos reímos de los contenedores en forma de pelotas de tenis de Carmena. Entonces los acontecimientos eran más serios. 

 Quizás la monarquía actual tampoco guste de demostrar sus fortunas, pese a no representar ya poco más que una tradición y buen eslabón para firmar negocios que nos dan de comer como país. Pero falta que respiremos un poco del fuelle de mandatarios de esas características, sin carteles que anuncien buenos ofrecimientos y bienvenidas sino hechos que den la vuelta a las cifras. Que devuelvan Madrid a lo que un día fue. 

 Carlos II huele a reformas pese a tener cerca el absolutismo. Repartir entre los más desfavorecidos el troceo de latifundios. No anuncies. Hazlo. Y lo hizo. Pero respetó también la propiedad privada. Y Bódalo y los suyos hoy lo defienden entre alboroto violento. Odiarán todo título nobiliario, alumbrados eso sí. El jornalero entonces era pobre, más que el de ahora. 

 Los coros de la Revolución francesa acabaron con su firma de reformismo sereno. No la configuración de España como Nación, la misma que hoy empieza a desinflarse como el último globo del cumpleaños. 

Y ahora un paseo por el Museo del Prado, la Puerta de Alcalá o el Jardín Botánico presupone una muestra de pulso al tiempo difícil de superar. Hoy los monumentos se hacen sin cariño, o al menos los llaman modernos.