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ANÁLISIS DE ESPAÑA

Pablo Iglesias y Trumbo

Fotografía
Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura4 min
España02-05-2016

La industria del cine americano nos ha vuelto a regalar una de esas películas en las que Estados Unidos purga públicamente sus pecados, costumbre de la que no se ha salvado casi ningún tema, ya sea la esclavitud, Vietnam o la guerra de Irak. Pocas cosas hay más americanas que ejercer libremente el antiamericanismo, incluso premiarlo con Oscars, como no hay nada más español que un español despotricando contra su país, incluyendo a los independentistas, una expresión como otra cualquiera del gen patrio que aquí se premia con transferencias competenciales. Allí tienen a Sean Penn y aquí tenemos a Artur Mas, qué se le va a hacer. Ahora con la recién estrenada Trumbo, Hollywood expía la caza de brujas que albergó en su seno contra los comunistas a mediados del siglo pasado. Los soviéticos pasaron de ser un aliado contra los nazis a ser el enemigo de una nueva guerra sin frentes definidos en la que se rifaban los carnets de sospechoso.

La película se centra en la crueldad que supuso la persecución de cineastas -y en concreto de guionistas- por motivos ideológicos, máxime cuando éstos no tenían por qué afectar a su actividad profesional. Bien mirado, tampoco hace falta viajar demasiado para comprobar que el cine nunca ha dejado de estar ligado a polémicas a causa de la política. Salvando las distancias, aquí aún estamos esperando a que un actor reconozca abiertamente que vota al PP y siga recibiendo ofertas para interpretar papeles. O que el discurso político de Almodóvar deje de ser razón para no ir a ver sus películas.

Los malos en Trumbo son los que defienden el argumento de que en plena guerra fría una democracia como EEUU tenía derecho a defenderse, incluso en Hollywood, cuyas producciones podrían ser el caballo de Troya del enemigo para difundir determinados postulados. Sin duda, el espectador aceptaría más incómodo el planteamiento de la obra si los guionistas injustamente perseguidos por sus ideas políticas perteneciesen al partido nazi, por citar otra ideología con millones de muertos en la factura. Lo cierto es que el tiempo confirma siempre -y en el caso de Trumbo no es una excepción- que vadear la Ley para defender la democracia es el principio del fin de esa democracia. Y es justo añadir también que el mundo que pretendían los soviéticos ni era más justo, ni más democrático.

Pero por debajo subyace en la película un mensaje más sutil en el que el capitalismo se reivindica a si mismo al mostrar el modo en el que los guionistas señalados burlaron la censura: continuaron escribiendo bajo pseudónimo aprovechando que, dentro de la propia industria, había no pocos dispuestos a aceptar la triquiñuela y seguir haciendo dinero con sus guiones. Fue el pérfido móvil económico por tanto la vía que sirvió a los purgados para recuperar su carrera y no precisamente la solidaridad de sus colegas con los camaradas perseguidos. De nuevo la iniciativa privada y la decisión de arriesgar el dinero propio contra las amenazas de boicot para quien se atreviese a desafiar la lista negra. Si esos guiones no hubiesen llevado a la gente a las salas, sencillamente sus autores habrían seguido en el ostracismo. He ahí la miseria y al mismo tiempo las oportunidades que otorga el sistema de la oferta y la demanda.

Pablo Iglesias también se valió de ese mismo sistema desde el momento en el que los índices de audiencia llegaron a los despachos de dirección de los canales de televisión. El chico de la coleta daba dinero y había que explotarlo. Así pasó de antisistema a tertuliano estrella, de “friqui” a enterrador del bipartidismo y quién sabe qué más cosas en el futuro. El origen del éxito a gran escala de Podemos -Hispan TV y la Tuerka al margen- tampoco estuvo por tanto en el compromiso político contra la casta de ningún directivo audiovisual, sino en un deseo tan prosaico como tener más espectadores que la competencia. Por eso resulta paradójico que Iglesias manifieste siempre esos reparos hacia la organización empresarial de los medios de comunicación. Puede ser porque obvia el motivo de su auge o, peor, porque es plenamente consciente y a lo que teme es al día que la gente se canse y haga uso de un derecho tan democrático como cambiar de canal.