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ANÁLISIS DE ESPAÑA

Lo que dice el Corán

Fotografía
Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura4 min
España23-11-2015

Enredados estos días en torno a si el Islam es o no una religión de paz, resulta un ejercicio recomendable acudir a su manual de instrucciones para comprobar lo que dice Alá sobre inmolarse con un cinturón de explosivos. Al rato de acudir al Corán, cualquier lector preocupado descubrirá que la empresa resulta estéril para salir de dudas. Claro está que el libro sagrado de los musulmanes no dice nada sobre cómo fabricar una bomba o dónde comprar un kalashnikov. Pero a la hora de abordar el aval divino al asesinato se encuentran surahs que dicen una cosa y la contraria. Sirva de ejemplo la surah Al-Maidah: "que la enemistad de un pueblo que os puso trabas para entrar en la Mezquita Sagrada no os incite a transgredir. Más bien ayudaos mutuamente en justicia y piedad". Sin embargo, unas páginas después El Clemente y Misericordioso se viene arriba y advierte: "la retribución de quienes hacen la guerra contra Alá sólo será esta: que sean ajusticiados o crucificados, o que se les corten las manos y los pies alternos". Sería complicado determinar qué entienden los terroristas por hacer la guerra contra Alá, pero desde luego resulta imposible encontrar la respuesta en ninguna de las víctimas de la sala Bataclan.

El cristianismo heredó de los judíos el Levítico, uno de los cinco libros del Antiguo Testamento donde se recoge la Torá, la ley que Dios transmitió al pueblo de Israel. En el Levítico se recetan cosas como esta: "si un hombre se acuesta con otro hombre, como se hace con una mujer, cometen una abominación; se los castigará con la muerte (Lv 20,13)". Esta ley no se cumple ya ni en los barrios más ortodoxos de Jerusalén, de cuyo rigorismo dan buena cuenta los conductores de autobús a los que les toca transitar sus calles en sabbat. Luego llegó el Nuevo Testamento para enmendar algunas cosas y despejar cualquier duda en torno a la violencia con aquello de poner la otra mejilla. Y lo que no, se ha ido interpretando con el tiempo hasta que la religión ha terminado por formar parte de lo privado. Y ahí, en la interpretación, está buena parte del problema. Poco o nada tiene que ver la forma de practicar el cristianismo ahora en comparación con la Edad Media. Poco o nada tiene que ver la manera de practicar el judaísmo entre el barrio de Mea Shearim y Nueva York. Incluso entre Jerusalén y Tel Aviv.

Desde el Vaticano se ha pedido perdón por casi todos los errores cometidos por la Iglesia en nombre de Dios. Si a alguien se le ocurriese matar en nombre de Dios, el Papa no tardaría en salir a condenarlo ejerciendo su papel como máxima autoridad religiosa. Prueba de ello es que el Vaticano condenó hasta la guerra de Iraq a la que Bush acudió apelando al In God we trust. Los musulmanes carecen de esa figura que unifica discurso y marca lo que está fuera o dentro de su doctrina. Eso da lugar a la posibilidad de que entre sus filas pueda surgir un Abu Bakr Al Baghdadi que se erija como califa supremo de todos ellos sin que haya un contrapoder claro que le haga la réplica. Dentro de esas limitaciones, es a partir de ahí donde los líderes religiosos musulmanes deben hacer esfuerzos por evitar que se extienda la interpretación fanática que exporta el Estado Islámico. Especialmente los líderes religiosos en países occidentales donde tras los atentados de París se empiezan a poner en cuestión demasiadas cosas. Cierto es que todos los imanes que han tomado la palabra estos días han condenado los atentados de París y que en sus mezquitas han abogado por la paz. Pero también los ha habido que en sus diagnósticos han rozado la justificación apelando a una supuesta marginalidad de los terroristas dentro de un sistema que, dicen, les ha dado la espalda.

También están los que rápidamente se acuerdan de otros escenarios como Siria o Palestina donde también mueren musulmanes sin que en Occidente llenemos nuestras redes sociales de crespones negros. Este argumento cierto evidencia la existencia de una comunidad islámica que como mínimo iguala a un hermano en la fe al que ni siquiera conoció con el vecino al que saludaba todos los días hasta que decidió tomarse una cerveza en la terraza equivocada en el momento equivocado. Sin discutir que todas las vidas merecen el mismo respeto, es inevitable sentir un dolor especial cuando el afectado es alguien cercano. Y esa razón ya debería mover a la comunidad islámica a expresarse como tal y hacer un gesto inequívoco con sus vecinos y compatriotas una vez que los asesinos dicen matar en nombre de su Dios. Es inevitable que se sientan especialmente interpelados por ello. Deben sacar su discurso de paz de las mezquitas a las calles. Salir del armario. Por ejemplo, una manifestación convocada por la comunidad islámica en todas las capitales europeas a la que poder unirnos todos (y no al revés). Eso mandaría un mensaje contundente a los terroristas que verían que sus asesinatos no representan a nadie. Y de paso también a quienes quieran aprovechar los atentados para fomentar la islamofobia en Europa. No hay ningún versículo del Corán que prohíba manifestarse.