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SIN CONCESIONES

ESPAÑA

Fotografía
Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión21-09-2015

La España que muestran los telediarios suele ser la de Mariano Rajoy y Artur Mas, la que intenta averiguar el federalismo que propone Pedro Sánchez como placebo al independentismo, incluso la del verbo rápido y la coleta recogida de Podemos.

La España que ven los ciudadanos por televisión suele ser la del independentismo y la confrontación, la de los corruptos y los druidas de recetas milagrosas, la del populismo que vacía las entrañas a la velocidad de la tenia, la del desapego casi alérgico a lo común y la de las pequeñeces del egoísmo más individualista.

Pero hay otra España grandiosa que de vez en cuando nos abre los ojos y nos enseña la realidad. Es la España de Gasol y de Nadal, de Casillas e Iniesta, de Xavi Hernández y de Xabi Alonso, de Mireia Belmonte o de Javier Fernández, de Fernando Alonso, de Alberto Contador o de Purito Rodríguez, de Ruth Beitia y también de Carolina Marín.

El patriotismo contemporáneo emana de los campos de batalla de parqué y de césped
La España de nuestros deportistas es la España de la unidad, de la concordia, de la superación, del esfuerzo compartido, de la vida en comunidad y entre comunidades, del éxito en conjunto y, por supuesto, del orgullo patrio.

El patriotismo del siglo XXI no se mide por el tamaño de los ejércitos ni por la invisibilidad de los aviones militares. El patriotismo contemporáneo emana de los campos de batalla de parqué y de césped, donde por suerte acontecen las únicas guerras entre países civilizados.

La patria va camino de reducirse a un trofeo que se levanta con los brazos entre confeti y gotas de sudor. Pero esas copas de metal posiblemente son, en este mundo globalizado, la mayor expresión del sentimiento nacional de un país. Aunque nuestra cabeza entienda cada vez menos de fronteras, nuestro corazón sigue vibrando cuando la Selección nacional gana un campeonato (más aún si en el camino derrotamos a Francia).

Un barcelonés como Pau Gasol, un menorquín como Sergio Llull, un canario como Sergio Rodríguez, un cordobés como Felipe Reyes y un madrileño adoptado como Nicolás Mirotic ganan una medalla de oro como deportistas pero juntos representan lo mejor de esta nación que es España. Genera orgullo verles jugar y ganar pero más aún lo genera mientras algunos de nuestros políticos tratan de dividirnos y piden el voto en las urnas para hacer "un corte de mangas" a los de Madrid.

Juntos somos campeones porque juntos somos más fuertes y mejores

Por cierto, el centralismo suele ser propio de vanidosos que no han viajado más allá de sus narices. Pero conviene matizar que hay un centralista peor que ese de Madrid que se cree el ombligo del planeta y es aquel que generaliza lo que ocurre en el resto de España hasta el punto de considerar que más allá de La Rambla y de Canaletas sólo existe Madrid y nada más que Madrid. Ese centralismo es el que realmente ningunea a León, A Coruña Cuenca, Badajoz, Huesca, Castellón, Cantabria o Jaen con reivindicaciones de identidades diferentes y falsas singularidades.

La España real no es la de la división y el enfrentamiento entre la Generalitat y La Moncloa. Para nada. La España real tampoco es la del referéndum y el plebiscito sobre el derecho a decidir. No señor. La España real es la que admira a Casillas e Iniesta al mismo tiempo, la que vibra con Nadal, la que aprende badminton con Carolina Marín, la que alucinaba con Gemma Mengual y la que salta de emoción con Gasol. Ellos son nuestro orgullo y a la vez están orgullosos de vestir la camiseta española, e incluso -como nuestro mejor baloncestista- de abrazar al rey Felipe VI mientras celebra la reciente victoria del deporte español. Juntos somos campeones porque juntos somos más fuertes y mejores.