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ANÁLISIS DE CULTURA

¿Dónde está el paraíso?

Fotografía
Por Marta G. BrunoTiempo de lectura2 min
Cultura01-07-2015

“Aquí, en el paraíso, no puede haber crímenes”. Me gustó esta frase quimérica pronunciada por un miembro de la inteligencia soviética de los años 50 y que los espectadores pueden escuchar en la hace poco estrenada El niño 44, del chileno-sueco Daniel Espinosa y producida por el mesiánico Ridley Scott.  Es tan cruel y a la vez tan interesante conocer el límite de la insolencia del ser humano en cualquier rincón del mundo. Sólo que la apariencia de bondad hace el resto. Las vendas con olor a rosas son muy poderosas.

Ese aire de esponjosidad manifiesta que en Corea del Norte se puede apreciar con nitidez, y que tan bien conocen nuestros padres y abuelos como viejos (o no tanto) recuerdos de la España franquista. O más duro el mundo soviético. O igual pero aún más disfrazado y que, por cierto, todavía existe en Rusia. Pero no tan cruel. O en apariencia.

El niño 44 está basada en un libro con título homónimo y que recomiendo a todo aquel que guste devorar todo lo relacionado con la más reciente historia rusa post-bélica.  El orden tan pulcro tras el que se esconde un profundo temor a hablar más de la cuenta, a relacionarse con lo que puede ser una muerte futura o el más desgraciado gulag.

¿Por qué afirma con tanta perseverancia que en su país, al que llama paraíso, no hay crímenes? Por miedo a que se sepa la verdad: que el ser humano es defectuoso por naturaleza, aunque unos más que otros, y que es precisamente el horror de la guerra el que crea monstruos irrefrenables. Un mundo feliz. Mejor que todos creamos que vivimos en un mundo feliz, un sistema apadrinado por el mejor de los jefes posibles, aunque su gobierno esté podrido. Nadie lo puede saber. Y de nuevo el miedo. No es posible que el Estado benefactor genere “taras”. O sí.

¿Propaganda antirusa? Supone caer en la barbarie si comparamos la Rusia actual con la peor de los años del Gulag, aunque queden restos. El desarrollo occidental también ha tocado esos fríos territorios, aunque sea difícil catalogar la totalidad de su vasta extensión. La insensibilidad de Putin sigue tan presente como su propaganda en las calles, el miedo (comprobado por la que escribe) de los ciudadanos a opinar sobre sus políticas. Estamos en otro momento, pero no está de más recordar pinceladas de lo que ha supuesto el comunismo como régimen totalitario. Un régimen del que quedan carcasas para móviles. Orgullo patrio. 

Insisto, estamos en otro punto de la historia, donde hay que hacer lo básico por mantener unas relaciones al menos de aparente y fingida cordialidad. Pero la cicatriz está abierta, como bien asegura el compañero Isaac Á. Calvo en su artículo.  Si Putin quiere recuperar algo de ese paraíso falso será hoy casi imposible. No es momento de colocar banderas rojas en Berlín.