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ANÁLISIS DE ESPAÑA

Filtraciones

Fotografía
Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura2 min
España04-05-2015

Las palabras son importantes, como dice el viejo tutor escocés en El último emperador de Bertolucci: “no Majestad, los escoceses no llevan falda, llevan kilts. Cuestión de palabras quizá, pero las palabras son importantes”. Y la palabra filtración es una palabra muy fea cuando se usa para referirse a una información periodística. Conlleva una inequívoca carga peyorativa hacía el periodista que la publica y hacia el valor mismo de la información. Algo así como si valiese menos en función del origen o la intencionalidad que se le intuye. Como si no fuese el mensaje el plato principal del proceso comunicativo. Como si el Watergate hubiese surgido de eso que llaman periodismo de datos y la garganta profunda de Woodward y Bernstein hubiese sido una tabla de excell y no un funcionario del FBI con ganas de ajustar cuentas con sus superiores. Ni siquiera salvar la democracia, ajustar cuentas. Y ahí estuvo un periodista dispuesto a escuchar, destapar la verdad y de paso vender muchos periódicos.

Cuando es uno el que publica la información prefiere llamarlo exclusiva, pero cuando la noticia no dada es de otro duele menos si se tacha de filtración. Rara es la exclusiva en la que no intervenga una filtración sin que eso reste un ápice de mérito al resultado final. Más cuestionable es acomodarse siempre al mismo filtrador o evitar explorar otros campos por miedo a poner en peligro esa fuente, pero ese es otro debate. Toda exclusiva parte de un resquicio por el que se cuela el periodista para amargarle el desayuno a algún poderoso. Detrás de una filtración siempre hay una razón, desde la más romántica basada en la trabajada relación de confianza entre periodista y fuente a otras más pragmáticas como el número o el tipo de receptores que se pretende alcanzar filtrando a un medio y no a otro. Al final casi todas las preguntas se reducen a una: si es verdad o te la están colando.

Pretender que se acaben las filtraciones es tan estéril como pedirle a un pescador que evite el punto del río por el que pasan más peces. Y en esta metáfora el periodista y el poderoso pueden intercambiarse fácilmente el papel de pez y de pescador. Por todos estos motivos no hace falta ponerse cursi y envolverse en la bandera de la libertad de expresión para considerar absurda la breve polémica de primavera desatada por el ministro de Justicia, quien planteó sancionar a los medios en función de qué publiquen. Al final quedará en nada, como la investigación sobre el comisario de Policía que filtró la grabación de su conversación con el defenestrado Ignacio González. Pocos papeles cinematográficos interpreta mejor este Gobierno que el del inspector Renault de Casablanca: “¡qué escándalo, aquí se juega!”.