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IMPRESIONES

Inspiración

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión26-04-2015

Nada. Una semana buscando las palabras adecuadas y no encuentra nada. No sabe qué decir. Todas las ideas le parecen tontas. Todas las formas de expresarlas le parecen inadecuadas. Maldice la hora en que se le ocurrió aceptar el reto de impartir esa conferencia. Querría borrarse del mundo. Ha pensado incluso en simular que se pone malo para no acudir. Se pregunta cómo es posible que le escogieran a él. No tiene muy claro el objetivo de la conferencia. No sabe cuáles serán las expectativas de su público y teme ser inoportuno, impertinente, aburrido, demasiado elevado… o demasiado básico. Se da cuenta de que hay mil enfoques posibles y ninguno le convence. Se da cuenta de que todos esos enfoques tienen muchas lagunas. Se da cuenta de que en su propia formación tiene lagunas y de que su experiencia, aunque es mucha, es muy limitada.

La inspiración, esa fuerza venida de fuera que nos llena de luz y energía espiritual, nos rescata de todos los problemas enunciados en el párrafo anterior. Y nos rescata no tanto porque haga mejores nuestras ideas –aunque eso puede ocurrir– como por la luz y la fuerza que nos proporciona; con ellas, nos saca de nosotros mismos, hace que nos olvidemos de nuestro ego, nuestros miedos, nuestra pretenciosa búsqueda de seguridades. La inspiración no consiste tanto en que nos sea revelada una intuición genial como en que dejemos arrebatarnos por esa intuición, de forma que queramos perseguirla y expresarla a cualquier precio, sin importarnos ya si somos más o menos limitados o brillantes, sesudos o básicos. Es más: abandonarnos en esa intuición nos hace más fuertes, luminosos, determinados y firmes. La fuerza no está en nosotros, sino en la luz que dejamos entrar en nosotros.

Por esto, la falta de inspiración es algo terrible. Despierta todos los fantasmas enunciados en el primer párrafo y reconocemos, además, que no son imaginaciones nuestras, sino duras verdades. Sin inspiración, sin ese milagro, reconocemos todo lo enunciado  arriba como terriblemente cierto y eso nos pesa demasiado. Sólo hay una cura, un remedio, que nos permite abrirnos al mundo sin inspiración. Se llama humildad. Tal vez, incluso, abnegación. Hacer lo que debemos hacer sin preocuparnos por nosotros mismos, nuestras limitaciones, nuestras imperfecciones, el juicio de los otros.

Hasta los mejores escritores, conscientes de sus limitaciones, siempre supieron que escribir, hablar, publicar, es morir un poco. Es abrirse a la crítica, el malentendido, la burla, la difamación, la trivialización, abrirse a la corrección y desnudar las imperfecciones. Pero escribir, hablar y publicar es también darse. Y tal vez por eso la inspiración acude con mayor frecuencia a quien se da mucho, a quien está dispuesto a morir, un poco, todos los días.