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EL REDCUADRO

Qué no daría yo...

Fotografía
Por Antonio BurgosTiempo de lectura4 min
Opinión05-04-2015

Qué no daría yo, Rocío, por poder ahora contar que esta Madrugada, desde mi ladrillito de la esquina del balcón de mi hermana Pilar en la calle Sierpes, hemos visto juntos pasar a La Que Está en San Gil, y que las mariquillas todavía reflejaban el quejío de emoción de aquella saeta de Rafael de Leòn que Le cantaste cuando La coronaron.

Qué no daría yo por ver a Luis León tocando el llamador de ese dragón cuya cabeza pisó la Pureza de la Esperanza.

Qué no daría yo por ver de nuevo a Pepe el Pelao con su calva de busto romano de Itálica, dominando el S.P.Q.H. de la Centuria de su capitanía cuando entra por la calle Sierpes y los escaparates de Pascual Lázaro, y de la Confitería la Campana, y de la Papelería Ferrer son la caja de resonancia para el rufante tambor de Pepe Hidalgo.

Qué no daría yo por volver a adivinar el señorío de Eduardo Ybarra Hidalgo en la dorada llave del Sagrario que al pecho llevaba el hermano mayor del Silencio cuando, como una señorial novia entre azahares, pasó la Virgen de la Concepción, la Pura y Limpia de la Madrugada.

Qué no daría yo por saber ahora que en ese tramo de los primitivos nazarenos de Sevilla, con Benito Moreno y con Ignacio Martínez, va Juan Teba, y va Luis Baquero, llenos de dudas, el camino más corto para encontrar la certeza de la Verdad.

Qué no daría yo por regresar a la mañana de Baratillo de una Esperanza de la que es hermano mayor uno de aquí del Arenal, Manolo Espinosa, el de la semillería de frente a El Caballo, y por ver lo bonita que La trae vestida Fernando Morillo, con su refregador de pila de patio de corral de la Cava a lo divino.

Qué no daría yo por ver el helicóptero de la película de Juan Lebrón en las claras del día sobre este palio de la Virgen de las Angustias, que antes se paró en la Casa de las Dueñas, donde Gallardo ha dicho un poema de urgencia para que Cayetana toque el llamador calorró.

Qué no daría yo por volver a pisar esta ciudad verdaderamente sosegada y en calma del amanecer de regadores del Viernes por el Barrio del Arenal, sabedor que dentro de la Capilla de los Toneleros está ya Juan Castro calafateando de fe en un dique seco de cardos y lirios la inminente botadura de un Barco del Carbón que manda un Divino Capitán de la Salud que lleva en su amura de estribor a la Virgen de la Luz de este amanecer de calentitos y de armaos por la Plaza.

Qué no daría yo por irme esta tarde al puente de Triana para encontrarme con Luis Arenas retratando la Expiración de Cristo sobre el cielo de Sevilla.

Qué no daría yo por seguir luego Altozano adelante, hasta la esquina de Cuesta, y saber con todas las certezas de Triana que ese nazareno de raso que viene ahora presidiendo La O se llama Ramón Martín Cartaya.

Qué no daría yo por vez pasar a la Banda Municipal detrás de la Soledad de San Buenaventura, que la viene dirigiendo un asturiano enamorado de Sevilla, Pedro Braña, que cada primavera le regala a Sevilla una marcha y que ha titilado la de hogaño "Coronación de la Macarena".

Qué no daría yo porque ahora pudiéramos desandar el tiempo no de entonces, sino de este mismo año, de estos días del gozo, y que fuera otra vez Viernes de Dolores, y que de nuevo anduviéramos nerviosos por la dicha de ver el primer capirote en La Alcaicería o el primer naranjo en flor por Doña María Coronel esperando a la Virgen del Subterráneo, y no de sentir, ay, que esto ya se está acabando, como en el verso final de la "Epístola Moral a Fabio", en esta gran metáfora de la vida que es la Semana Santa.

Qué no daría yo por no sentir este dolor al palparme en el alma que ya es el Viernes y que ya ha pasado la Semana Santa, o sea, la vida, ni más ni menos, un ictu oculi, como pasan esos dieciocho ciriales de La Mortaja para decirnos que el tiempo está muriendo en nuestros brazos tal como ha muerto el Señor en esta vieja tarde de una ciudad antigua con corbatas negras.