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IMPRESIONES

El piloto estaba solo

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión30-03-2015

No encuentro palabras para describir el… ¿Accidente aéreo? ¿Suicidio? ¿Asesinato? Parece ser que, fruto de un flemático ejercicio de anatomía de las intenciones, el nombre técnico será “Homicidio involuntario”. No es una cuestión menor pues, entre ríos de tinta y cataratas digitales ha llegado a escribirse que “La tragedia del A320 fue en realidad un asesinato masivo del copiloto” (Abc, 27-03-2015), en un ejercicio que tiene mucho de desahogo e imaginación calenturienta y muy poco de periodismo riguroso. Por no hablar de algunos tuits que, más que insensibilidad, revelan una soberbia egoísta de proporciones, estas sí, trágicas. Porque tampoco “tragedia” parece una palabra apropiada para una situación como esta, aunque mi discrepancia no tiene que ver con la magnitud del desastre, sino con la cualidad del acto.

Sabemos que el copiloto Andreas Lubitz se quedó solo en la cabina. Decidió cerrarla por dentro para impedir que alguien le molestara en sus últimos minutos y truncara su decisión final. Activó el Sistema de Control de Vuelo para tomar los mandos. Decidió dejar caer suavemente el avión. Guardó silencio ante la petición de explicaciones que le llegaba por radio por parte de los controladores aéreos. Ignoró los gritos desesperados de su piloto: “¡Por Dios, abre la maldita puerta!”.

Todo apunta a que Andreas sufría una depresión que ocultó a su empresa y a que pasaba por un difícil trance personal. La caja negra muestra que, seguramente, había tomado la decisión antes de quedarse solo en la cabina o, al menos, que optar por hacer lo que hizo era una posibilidad perfectamente dibujada en su mente. Los psiquiatras dicen que una depresión puede contribuir a este tipo de decisiones, pero que el fondo humano es mucho más misterioso. No existe una relación directa, causa-efecto, que tranquilice nuestras conciencias. Más bien convendría subrayar que un buen acompañamiento personal puede lograr que el 90 por ciento de las depresiones queden superadas.

El atentado del 11S trajo muchas reflexiones de primer impacto similares a las actuales. Es razonable. Lo que no es razonable es publicar lo primero que se nos pasa por la cabeza. Tampoco es razonable legislar conforme a esas ocurrencias. Como consecuencia del 11S, el protocolo de apertura de la puerta de la cabina de los aviones cambió para evitar secuestros. Se inauguró la opción lock, que hace imposible el acceso a la cabina desde fuera. Toda la responsabilidad queda en manos de los pilotos. En principio, en manos de dos personas, pues nunca debe quedarse una sola. Pero el caso es que Andreas Lubitz estaba solo. No ya en el fatídico momento de su irrevocable y enferma decisión, sino mucho antes.

Habrá que tomar medidas. Habrá que legislar. Habrá que establecer protocolos. Habrá que -obviamente- lamentar actos como este y procurar que no ocurran de nuevo. Habrá que hacer todas esas cosas. Pero, sobre todo, para combatir este tipo de situaciones, infinitas e impredecibles, habrá que crecer en humanidad. Habrá que llorar a las víctimas y acompañar a los familiares. Habrá que comprender al copiloto. Habrá que reflexionar sobre el tipo de vida que llevamos,sobre cómo nos relacionamos, sobre qué sabemos de quien vive a nuestro lado, de lo que necesita, de lo que vive, de lo que sueña o de lo que carece. Porque si bien la decisión de uno puede tener consecuencias fatídicas para muchos, el comportamiento de muchos puede influir en la decisión de uno solo.

Uno solo que decidió mentir a su entorno, a su empresa, a su piloto. Que decidió cortar los lazos que le unían con la humanidad entera, sin importarle las consecuencias. Que sintió como algo mucho más atractivo dejarse ir. Dejarse morir. Dejar que todo -su vida, su avión, su pasión, su vocación, sus responsabilidades- se fuese a la mierda. Y habrá que hacerlo porque la humanidad entera es un avión y muchos de nuestros mejores pilotos están solos.