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ANÁLISIS DE INTERNACIONAL

Es una guerra en un campo de batalla global

Fotografía
Por Isaac Á. CalvoTiempo de lectura3 min
Internacional23-03-2015

El terrorismo yihadista está en guerra con Occidente. Es un conflicto cuyo campo de batalla es global, aunque haya zonas más castigadas. Cualquier lugar del mundo puede ser objeto de un ataque. Los criminales buscan que haya víctimas infieles, aunque sean civiles, sembrar el miedo y conseguir difusión publicitaria de sus fechorías.

Las guerras han cambiado a lo largo de la historia. Hace tiempo, las luchas eran cuerpo a cuerpo y había millones de bajas. Ahora, es posible atacar objetivos con aviones no tripulados, manejados remotamente a miles de kilómetros de distancia, como si fuera un videojuego.

De la misma manera, el terrorismo también ha evolucionado y se va adaptando a la coyuntura para lograr sus macabros objetivos. Atentados como los del 11-S necesitan muchos meses de preparación y una gran inversión económica. Es cierto que son un enorme éxito para los criminales, pero también suponen un elevado riesgo, porque cuanto más tiempo y medios se dediquen, hay mayores posibilidades de ser descubiertos.   

Los terroristas son malos pero no tontos. Saben que, por su propio interés, les es más rentable perpetrar atentados menos espectaculares, pero más fáciles de ejecutar. Requieren de poca inversión, de elaboración sencilla y rápida, y con una exposición menor de quienes los cometen, por lo que el riesgo es menor.

Es cierto que no hay tantas víctimas como en los ataques de gran envergadura, pero una decena de muertos aquí, otra allí, otra allí… van conformando una trágica lista. Además, las características de estos ataques permiten que se reproduzcan con mayor frecuencia. La difusión es, prácticamente, constante y también crece el desasosiego entre la población.

Ninguna zona del planeta está libre de sufrir un ataque. Matar es sencillo y los terroristas son habitantes locales que se han ido radicalizando, por lo que es mucho más complejo desenmascararlos. Actuarán cuando vean la oportunidad, y, en muchas ocasiones, ni siquiera tienen que recibir órdenes directas específicas, porque las tienen desde que sembraron en ellos la semilla del odio.

Occidente no está en guerra con el Islam, pero sí debería estarlo contra quienes lo pervierten y lo usan para imponer por la fuerza su punto de vista, incluso a otros musulmanes. Ya no se trata, por tanto, de usar la confrontación Occidente-Islam (como quieren hacer creer los terroristas), sería Resto del mundo-Islamismo Yihadista, porque estos últimos tienen como enemigos a todos los que no piensen como ellos.

Sin embargo, poco hay que hacer hasta que Estados Unidos, la Unión Europea y todos los que repudian este tipo de atentados sean realmente concientes de la dimensión real de esta grave amenaza. Habrá que ver cuántos ataques más hay que sufrir para que se aúnen esfuerzos y se tomen medidas efectivas. Evidentemente, estas van a ocasionar bajas entre los aliados y un desgaste político, pero contra el terrorismo islamista no valen las medias tintas. Los yihadistas tienen claro cuál es su objetivo y cómo actuar, Occidente, lamentablemente, aún no.