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IMPRESIONES

El tamaño del mundo

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión24-02-2015

Su planeta era bastante pequeño y solitario, pero un día apareció una rosa, su rosa, y lo invadió todo de un perfume maravilloso que cambió la vida del principito para siempre. Aun así, la rosa no era perfecta, sino bastante vanidosa, por lo que ambos terminaron enfadándose y el planeta resultó muy pequeño para los dos. Por eso el principito decidió partir y abandonar a su rosa, en busca de un verdadero amigo. “Era demasiado joven para saber amarla”, reconoció más tarde.

Los seis primeros planetas que visitó el principito estaban habitados, cada uno de ellos, por un solo hombre. Según nos relata el piloto, ese dato es real: “no me gusta que las personas mayores no me tomen en serio”. Sin embargo, ese dato es también simbólico: cada uno de esos seis personajes estaba encerrado en un mundo, su propio mundo, un mundo tan pequeño que en él no cabía nadie más.

Sin embargo, no todos esos planetas eran iguales. El más pequeño estaba habitado por un farolero. Aquel personaje, pensó el principio, era el único del que tal vez podría haber sido amigo, pues se ocupaba de algo realmente bello y útil. Pero la fidelidad del farolero a una consigna –una norma– demasiado estrecha y pequeña, inhumana, hacía de su mundo algo demasiado estrecho.

El sexto planeta que visitó el principito era diez veces más grande que los anteriores y estaba habitado por un geógrafo. El geógrafo era un hombre con afán de conocimiento. El afán de conocimiento ensancha sin duda nuestro mundo. Sin embargo, aunque el mundo del geógrafo era más grande que el del vanidoso, el del hombre de negocios, o el del borracho, el geógrafo también estaba solo. ¿Las razones? Tenemos al menos tres. La primera es que el geógrafo no exploraba el mundo, por lo que todos sus conocimientos eran de oídas. La segunda es que sometía a sus exploradores a encuestas de moralidad, sembrando su mundo de desconfianza. La tercera es que sólo le interesaban las cosas que no cambian: las montañas, los ríos… pero no le interesaban las personas, porque son efímeras.

Después de visitar estos seis planetas el principito llegó a la tierra. Un planeta habitado por miles de geógrafos, faroleros, vanidosos, hombres de negocios… es decir, un planeta habitado por muchísimas personas, aunque todas ellas están solas, aisladas, encerradas en su propio mundo. El principito cayó en el desierto y allí conoció al zorro. El zorro le enseñó el secreto de la amistad, que pasa por buscar el bien del amigo por encima de los propios intereses. La amistad transfigura nuestro mundo: hace que todo adquiera un color, un olor y un sentido nuevos. Hace que nuestro mundo, aun cuando estemos físicamente solos, esté habitado por la presencia de los amigos. La amistad hace que nuestro mundo se ensanche hasta el infinito y que en él quepan muchas personas.

Todas estas cosas me han recordado mis alumnos de Comunicación Audiovisual, con quienes he leído, un año más, El principito. Y todas estas cosas recuerdo cuando veo a tantas personas mayores encerradas en sus intereses, sus vanidades, sus adicciones, sus ideologías vacías de experiencia y sus consignas demasiado estrechas. Olvidamos con frecuencia que el tamaño de nuestro mundo no viene dado por la física, sino por el modo en que concebimos nuestra propia vida.