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SIN CONCESIONES

España de pandereta

Fotografía
Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión17-12-2014

La Navidad es tiempo de turrón y villancico, de zambomba y pandereta. Pero en la España de este año 2014 la pandereta parece un instrumento perpetuo. Aquí siempre aplaudimos las extravagancias y admiramos lo estrambótico. Décadas atrás el minuto estrella de la televisión era para el disfraz y el te pego leche de Ruíz Mateos. Después llegaron el humor absurdo de Chiquito de la Calzada, los gritos del padre Apeles, el pequeño Galindo de Crónicas Marcianas... así hasta que apareció Belén Esteban y la apodaron la princesa del pueblo. Ellos eran los protagonistas de la caja tonta mientras de fondo sonaba la pandereta como banda sonora. Todos los aludidos representan el síndrome del juguete roto. Como si fuera un niño pequeño, el español está acostumbrado a divertirse con un muñegote de la televisión. Lo consume hasta el hartazgo y después lo abandona en un rincón como un triciclo estropeado. A un juguete roto siempre le sucede otro nuevo que olvida al anterior y que, a su vez, será olvidado cuando llegue el siguiente. El juguete abandonado no sufre pero la persona olvidada sí. Primero se ve encumbrada, descubre la fama, cae en la vanagloria, llega a sentirse imprescindible y, en última instancia, cae al vacío de la desmemoria. ¿Quién se acuerda ahora de los chistes de Chiquito o del acento cerrado de Galindo? ¿Quién comprende ese tiovivo de emociones? Los juguetes rotos de la fama son obra voluntaria y premeditada de los medios de comunicación. En el corto plazo parecen héroes sociales. Con perspectiva, son anzuelos de masas y a la vez clínex de usar y tirar. No parece responsable ni ético ni justo ni oportuno que se utilice así a las personas, ni siquiera cuando se prestan encantados a ser manipuladas ante la opinión pública a cambio de un puñado de billetes. Aún es peor cuando se pone en riesgo la salud de una persona, como sucede desde hace años con Belén Esteban. Pero el verdadero peligro llega cuando la moda se presenta como un referente. Los últimos estandartes de la televisión se llaman Pablo y Fran. Uno presume de ser el próximo presidente del Gobierno sin haber presentado todavía su candidatura. El otro alardea de trabajar como agente secreto del Centro Nacional de Inteligencia. Ni el coleta de Podemos ni el pequeño Nicolás parecen el mejor referente para esta sociedad. Sin embargo, son encumbrados ante la carencia de líderes verdaderos. Algunos periodistas les encumbran una y otra vez sin contrastar su solvencia. Esos medios anteponen el negocio a la información y el morbo a la realidad, sin tener en cuenta las perniciosas consecuencias de tanta irresponsabilidad. Pablemos y Nicolás acaparan la atención pública. Hoy parecen salvadores de la patria y modelo a seguir para los más jóvenes. Pero son dos ejemplos más de esta España de pandereta que hace ruido todo el año y arrebata protagonismo a quienes realmente lo merecen. Porque los verdaderos héroes del país son los que trabajan en silencio, los que dan fruto en vez de lanzar promesas vacías y los que contribuyen al porvenir común. Los otros parecen hoy genios con la pócima secreta a nuestros problemas pero mañana pueden ser otro juguete roto, otro personaje olvidado mientras suena el martilleo de la pandereta.