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IMPRESIONES

Discursos que afectan a la crisis

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura4 min
Opinión11-12-2014

Hasta hace bien poco los estudios sobre la comunicación social se han basado en la metáfora del canal. Según esta imagen, la comunicación es algo así como transmitir información desde un emisor (los medios, los partidos políticos, las empresas e instituciones) hacia un público-receptor (la sociedad). El interés estaba centrado en los efectos sobre el público conforme a los intereses de los emisores: lograr una opinión favorable o desfavorable o posicionar a la gente a favor o en contra de algo. Desde hace años algunos estudiosos –yo entre ellos– defendemos una propuesta alternativa. Proponemos que la comunicación social es más bien un diálogo que un monólogo, que no es tanto algo que transmitimos como un clima, una historia, una conversación en la que vivimos. La comunicación pública es así el lugar en el que las personas participamos en la vida social. Según sean el clima y los aires de ese lugar, así respiramos y vivimos nuestra vida social. Este cambio de perspectiva nos permite comprender con facilidad por qué la vieja metáfora del canal centrada en los efectos genera un clima social de crispación, enfrentamiento, desconfianza, hostilidad, relativismo y hastío en todo lo que tiene que ver con lo público. Vivimos en ese clima social porque el lugar en el que se desarrolla nuestra vida social está lleno de monólogos que nos lo presentan todo con la superficialidad de los falsos dilemas y los eslóganes, en la que todo es descarada propaganda y en la que todos nos sentimos permanentemente utilizados por quienes controlan los medios. La primera consecuencia de la nueva perspectiva que proponemos tiene que ver con la formación de los profesionales de la comunicación social. Somos nosotros quienes ejercemos como mediadores entre los viejos emisores y la sociedad. Nosotros somos los primeros responsables del clima social que se respira en los medios de comunicación y a nosotros nos corresponde re-articular la relación entre los viejos emisores y el conjunto de la sociedad para lograr esta nueva comprensión, y una nueva actitud, en las formas de configurar la comunicación social. Los profesionales de la comunicación social ya no podemos limitarnos a difundir los mensajes que nos llegan. Tampoco es suficiente limitarnos a testar la veracidad de esos mensajes. Debemos aprender a discernir lo que dichos mensajes hacen con el clima social de convivencia. Debemos aprender a distinguir, por ejemplo, qué tipo de mensajes agravan las consecuencias de la crisis, cuáles nos mantienen en ella y cuáles nos abren posibilidades para superarla. Durante estos años de crisis, hubo políticos que quisieron negarla; y los periodistas afines a aquellos políticos no fueron lo suficientemente responsables como para admitir que negar la evidencia es malo para todos (para aquellos políticos y para el conjunto de la sociedad). Durante estos años de crisis hubo quien sólo hizo discursos económicos y, consecuentemente, sólo tomó medidas económicas; y los comunicadores sociales debimos advertir que el discurso meramente económico no sólo no ataca las raíces de la crisis, sino que no genera la solidaridad para que todos asumamos los sacrificios necesarios y cuidemos de los que quedarán más desamparados. Durante estos años de crisis se ha acentuado el populismo, un estilo de política que abusa de la metáfora del canal, del encauzamiento del cabreo generalizado, para aumentar la frustración y justificar la violencia, no sólo física. ¿Dónde están los profesionales de la comunicación capaces de enfrentarse a estas formas de comunicación política que todos estudiamos como precedente de los regímenes políticos más terribles que ha conocido el hombre? Hay un solo tipo de discurso que apenas ha aparecido en estos años de crisis y que es, además, el único realmente fecundo, el mejor posible para una situación como la nuestra. Un discurso como el que supimos contarnos antes de que en España no se pusiera el sol. Un discurso como el que supimos contarnos para hacer posible la transición democrática. Un discurso capaz de contar nuestra historia, una historia que nos hermane a todos, que nos haga solidarios, que nos proyecte y nos coordine hacia un futuro ilusionante en el que la superación de la crisis económica y la cuestión de la unidad territorial aparezcan como lo que son en la vida real de las personas: algo importante, algo presente, pero sólo una parte más de todo un horizonte de convivencia en el que lidiar con estos sinsabores merezca la pena. ¿Sabemos los profesionales de la comunicación ayudar al conjunto de la sociedad a articular este tipo de discurso?