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IMPRESIONES

La verdad y el poder

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión03-12-2014

Cuando investigo con mis alumnos los diversos planteamientos intelectuales que a lo largo del siglo XX han abordado el estudio de la comunicación social descubrimos algo paradójico: hay dos perspectivas opuestas entre sí que, sin embargo, se tocan en un punto esencial que las distingue del resto: la Escuela Crítica (heredera del marxismo) y la doctrina social de la Iglesia. Ambas son las únicas perspectivas que tienen un discurso intelectual fuerte, que están fundadas en una Metafísica y una Antropología desde las cuales pueden sostener un discurso crítico, riguroso y moral sobre el uso de los medios de comunicación. Es sabido que Karl Marx constituye en buena medida su discurso como una inversión de discursos precedentes. Por ejemplo, asume la dialéctica hegeliana rebajando su rango: lo que en Hegel es el dinamismo del “espíritu absoluto” en Marx es el “materialismo histórico”. Con el cristianismo hace algo similar: adopta buena parte de su discurso y de sus métodos, desacralizándolos y poniéndolos al servicio de su pretensión. La opción preferencial por los pobres no es un invento marxista, aunque sí lo es oponerlos dialécticamente a los ricos. El colectivismo marxista se inspira en las primeras comunidades cristianas, si bien aquellas comunidades –espirituales– salvaguardaban y promovían la identidad personal mientras que el marxismo –materialista– considera todo rasgo distintivo o especial como una debilidad romántica. El liberal-capitalismo, aunque asume rasgos fundamentales del cristianismo -el valor inalienable de la libertad personal-, optó, sin embargo, por un discurso filosóficamente débil, supuestamente “neutral”. Estas semanas, con mis alumnos y en otros foros, hemos abordado algunos discursos de Monedero y de la formación política Podemos, cuyos ideólogos son herederos directos del marxismo. De nuevo, nos sorprendía la aparente comunión con la Iglesia en algunos de sus planteamientos. Recordemos que esta semana Pablo Iglesias aplaudía en Twitter la intervención del papa Francisco en el Parlamento Europeo. He de reconocer, no obstante, que cuando atendemos a los silencios y a las intenciones, y no sólo a las palabras, la distancia entre el marxismo y el cristianismo sigue siendo abismal. La inversión más radical que opera el marxismo político no sólo frente al cristianismo, sino frente a la tradición europea, opera en la relación entre la verdad y el poder. Para el cristianismo, lo fundamental es la Verdad y de ella se predica que es lo más poderoso. El poder de la verdad cristiana respeta el corazón de la persona, llamándolo a expulsar de sí todo odio, a abrazar y extender el amor de Dios a los hombres, que se traduce en buscar el bien del otro. Cuando Francisco denuncia la corrupción no pretende condenar a los corruptos, sino salvarles, animarles a extirpar el mal de sus corazones; y, desde luego, no pretende derrocarles para instalarse él en el poder. El Poder en el marxismo es el poder de la estructura, del dominio social, y la verdad es por lo tanto sólo un instrumento para orientar el corazón del ciudadano hacia los intereses de la ideología. La verdad sirve al marxismo cuando es poderosa para sus intereses. Cuando la verdad no interesa, se inventa otra. Cuando Pablo Iglesias denuncia la corrupción no pretende salvar a los corruptos, sino condenarles y derrocarles, para instalarse él en el poder. Lo sabemos, porque sabemos también que cuando cobra de los poderosos corruptos de otros países no siente ninguna necesidad de denunciar sus corrupciones. Coincidir en la denuncia no es coincidir en la propuesta y, desde luego, no es coincidir en lo fundamental: la pureza de intención con la que hacemos lo que hacemos.