ANÁLISIS DE CULTURA
Ni dulce ni honroso
Por Marta G. Bruno2 min
Cultura22-10-2014
Puede que los últimos textos leídos por esta columnista hagan que preste mayor atención a lo que ocurre más allá de nuestras fronteras, donde el terror no lo siembra el hambre, que también, sino algo que está por encima y que se mueve con el negro más azabache, acecha y corrompe. Destruye y mata. Y Occidente empieza a preocuparse. Intereses ocultos o no detrás, de momento hay vidas humanas en peligro. Y hay países mejores que el nuestro. Y peores. Dicen que es mejor no compararse. 200 personas muertas en diez días. Una guerra iniciada por los que creemos pocos que se atreven a hacer negocio con la venta de las casas confiscadas a miles de refugiados huidos de la violencia yihadista después de que esos hombres de negro tomaran la ciudad de Mosul. Hombres con barbas largas que perdonan la vida a cambio de luchar por la guerra santa. Tan santa que mata. Venden los muebles de los cristianos por las calles, mercadillos ambulantes, chollos que la pobreza hace que algunos piquen mientras otros se frotan las manos para seguir comprando munición que haga correr aún más sangre. Allí el ladrillazo se logra a golpe de rifle, los bandidos gobiernan las ciudades, callan los humildes que se esconden bajo sus tiendas de campaña, que llevan sus cubos vacíos deseando portar en ellos algún que otro litro de agua más o menos fresca, más o menos turbia. Tan de oro se hacen que incluso el petróleo se les queda corto. Es algo inimaginable para el mundo desarrollo, para la Europa más moderna. Para nadie en realidad. Pero allí están. Y desde aquí contribuiremos para acabar con ello, no sin ocultar cierto miedo a que las amenazas vayan contra nosotros de lleno. Que de verdad sirvan esos 35 millones de euros para salvar vidas. ¿Servirán? Lo harán mientras defiendan a la población, a los niños con cara de adultos, expresión inapetente. Esto no es una guerra de trincheras, es la de una formación contra muchos desarmados. Hace unos meses conocí a alguien que había sobrevivido a todo aquello. Lo que más me sorprendió fue su fachada de hierro, detrás se escondía seguro un hombre repleto de temores, quizás de rencor. No lo parecía. Y volvería allí, donde los sueños se quedaron para las noches en las que podía conciliar el sueño. Todo por creer en algo distinto a lo que sus captores. Creer en lo que jamás va unido al derramamiento sangre. Nunca lo entendería. Y sería el perfecto Príncipe de Asturias de las Letras el que, sin menospreciar a Banville, consiguiera hacer de un testimonio del horror la novela perfecta, que sin serlo del todo, estaría recubierta de una tan infame realidad como hermosa es la vida, que hace que hasta el mayor de los temores no impida a uno seguir aferrado a ella. Decía Wilfred Owen que morir por la patria no es dulce ni honroso. Menos lo es para el que no lucha, sólo sufre.