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SIN CONCESIONES

Destituir a Ana Mato

Fotografía
Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura4 min
Opinión21-10-2014

Pueden criticarme cuanto quieran. Pueden llamarme vendido aunque no lo sea. Pueden cuestionar mi independencia si no han leído otros artículos anteriores con reproches a La Moncloa. Pueden dejar de leer ahora mismo pero por justicia, por honor a la verdad, por realismo... tengo que decirlo. Estamos siendo profundamente injustos con la ministra Ana Mato. Ni lo ha hecho tan mal ni es la culpable de esta crisis del ébola. ¡Ya lo he soltado! Cierto que la rueda de prensa que Ana Mato ofreció al surgir la crisis del ébola fue un auténtico desastre. La ministra de Sanidad no se comportó como tal, sino como la moderadora de un debate que repartía la palabra entre sus colaboradores mientras ella miraba hacia el suelo y se escabullía de toda responsabilidad. Esto puede parecer suficiente para destituirla pero a menudo olvidamos que "lo importante no es el protagonismo de un ministro, sino la gestión en sí". La imagen que transmite es impropia de una dirigente político de su talla e inapropiada para una crisis como la actual. La imagen y las palabras son esenciales en política, a veces más importantes que la propia gestión. Pero aquí hablamos de vidas humanas y de salud pública. Las críticas a las formas son lógicas y comprensibles. Pero el fondo que depende de ella admite muy pocos reproches. Ana Mato vive y trabaja en un zulo desde febrero de 2012. Cuando estalló el caso Bárcenas y salieron a la luz nuevos papeles de la trama Gürtel, Ana Mato se vio salpicada por las corruptelas de su expareja. El jaguar del marido, el confeti que contrataba para las fiestas de cumpleaños de los hijos y los viajes que regalaba a su familia han dado para ríos de tinta y cientos de páginas de periódicos. Ella ha sido señalada como culpable por no saber lo que pasaba en su casa. Pero la realidad más bien es que no quería saber, que no es lo mismo. Ana Mato no quería conocer las aventuras sentimentales de su marido, no quería escuchar sus mentiras y no quería sufrir más. Su actitud resulta fácil de comprender en una pareja rota en el hogar que fuera de casa mantenía las formas por sus hijos. Para que todo el mundo lo entienda: ojos que no ven corazón que no siente. Se me ocurren pocas cosas más machistas que exigir responsabilidades a una mujer separada por los tejemanejes de su marido. La víctima nunca puede ser culpable. Sin embargo, desde que salieron a la luz los escándalos de Jesús Sepulveda la ministra se ha convertido en un saco de boxeo. Es gratis darle golpes e incluso está bien visto machacarla aunque ella no tenga responsabilidad, como en el caso de Teresa Romero. Los sindicatos la han culpado del contagio de la auxiliar de enfermería y la oposición ha achacado lo ocurrido a los recortes sanitarios. El argumento no puede ser más falaz y demagogo. Teresa Romero atendió en agosto al misionero Miguel Pajares con los mismos medios que en septiembre al religioso Manuel García Viejo. No se infectó con el primero, por lo que el traje y el protocolo aprobado por Sanidad funcionaron tanto para ella como para el medio centenar de sanitarios del dispositivo. Con el segundo salió igual de bien, hasta que conocimos la desgracia de Teresa. Fue un infortunio entre los 120 que corrieron el riesgo entre ambas ocasiones. El porcentaje de contagio ha sido del 0,8%. Aún así, otras cosas han fallado en esta crisis del ébola. Los errores hay que buscarlos sobre todo en la Comunidad de Madrid. No olvidemos que las competencias están transferidas. Este país resulta de lo más curioso. Las comunidades exigen descentralizar el poder pero cuando llegan los problemas quieren que papá Estado resuelva todo y asuma la culpa sin tener ninguna. El contagio de Teresa Romero fue un accidente pero la Consejería de Sanidad tenía que haber realizado un seguimiento activo de los casos de riesgo. No lo hizo y no atendió los avisos de la auxiliar de enfermería. No cuidó su traslado en ambulancia y demoró su ingreso en el Hospital Carlos III. Lo ocurrido entre el 30 de septiembre y el 6 de octubre fue un desastre que dependía en exclusiva del consejero Javier Rodríguez, quien parece tener los días contados. Mariano Rajoy cree en Ana Mato y confía en ella con los ojos cerrados. Ambos son amigos personales y viejos compañeros de partido. La ministra de Sanidad es de las más fieles a Rajoy y la más fiel del Gobierno a las siglas del PP. Rajoy es de los pocos que comprende el drama personal que ha vivido Ana Mato en los últimos años y de los pocos que valora su gestión política en tiempos adversos de recortes. A Rajoy no le preocupan los problemas de imagen de Ana Mato, como ni siquiera le importa su propia imagen. No la cesará ahora ni seguramente después porque esta crisis no es culpa suya. Otra cosa es lo que ella decida hacer. A nadie le agrada ser el muñeco que recibe todos los golpes. Nadie tiene resistencia eterna ni paciencia infinita.