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IMPRESIONES

Naturaleza, mundo y hogar

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión09-10-2014

El pensamiento moderno pivota sobre una distinción radical entre «naturaleza» y «mundo». Los modernos identificamos la naturaleza con toda la realidad que nos es dada previamente a la intervención humana. Llamamos naturaleza a las piedras, a las plantas, a los animales, y al medio ambiente o ecosistema. Llevando el concepto de naturaleza a su límite, algunos autores dicen que pertenece a la naturaleza humana el ser históricos, inteligentes, culturales, sociales, etc. El concepto se topa aquí con su límite porque si bien podemos conceder que es «natural» al ser humano –por ejemplo– tener lenguaje, sin embargo, los lenguajes concretos que hablamos (el castellano, el inglés, el chino) son ya cultura, artificio, «mundo» humano. A los hombres, nos viene dado el ser locuaces, pero los idiomas no nos vienen determinados, sino que los hacemos entre nosotros, en el seno de comunidades históricas vinculadas en tradición. Lo mismo cabe decir de la cultura –somos natural e inevitablemente culturales; pero cada pueblo hacemos la nuestra–, la historia, etc. Esta distinción tan moderna entre naturaleza y mundo nos ha llevado a polarizar ambos conceptos, a estudiar cuál puede ser la relación entre ambos. El modo en que los hombres logramos articular las relaciones entre naturaleza y mundo no es indiferente. No es un juego intelectual, ni un capricho de filósofos, sino que determina, en buena medida, el modo en que nos comprendemos a nosotros mismos y nuestro paso por la vida. Hay defensores de la civilización que consideran que la naturaleza debe ser conquistada, dominada o, incluso, abolida. Hay defensores de la naturaleza que consideran la humanidad entera como una enfermedad, una desviación o un error de la propia naturaleza. Hay quienes consideran que la tensión entre naturaleza y mundo es una batalla de fuerzas que requiere de un delicado equilibrio. Estos tres planteamientos, en el fondo, son uno solo: el de la lógica del poder. Esa lógica del poder, en cualquiera de sus tres versiones, nos enfrenta a una paradoja terrible: lo que llamamos «mundo humano» o «civilización», lo que debería ser nuestro «hogar», se nos aparece a muchos como un entorno invivible, asfixiante, inhumano, hasta el punto de que «el mundo de lo humano» nos parece más hostil y ajeno que la «naturaleza virgen». Pero hay otra lógica: la lógica de los que piensan, yo entre ellos, que el mundo humano viene a promocionar y elevar a la naturaleza, a revestirla con una capa –llamémosla cultura– capaz de transfigurar el medio ambiente en hogar. Es una lógica del respeto, la estima y la colaboración. Dicho de un solo golpe: una lógica del amor.