Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

ANÁLISIS DE LA SEMANA

Marta

Fotografía
Por Almudena HernándezTiempo de lectura2 min
Sociedad27-03-2011

Apenas era una chiquilla cuando sonrió por última vez. Ahora no tiene ni tumba donde la lloren. Y la Justicia le clava a su familia el cuchillo envenenado de la ley, sus vacíos y su falta de equidad. Manda narices que sin el cadáver no se pueda condenar a quienes a todas las luces, razones y corazones de buena voluntad son más que encubridores y colaboradores. Tengan la edad que tengan. Siempre se dice que no se debe legislar en caliente. Que la sociedad debe tomar perspectiva y despojarse del halo mediático del morbo y el sentimentalismo. Pero es que con casos como el de Marta del Castillo no hay quien pueda ser objetivo. Clama al Cielo. Lo peor es que, desgraciadamente, el asesinato de aquella chiquilla que hace apenas un par de años sonreía en Sevilla no será el último que quede impune. ¿Qué está pasando con los menores para que lleven a cabo atrocidades de tal envergadura? También la madre de Sandra Palo lloró por la injusticia que sufrió su hija, por la poca mano dura del Estado de Derecho para castigar a los asesinos y, sobre todo, por el poco ejemplo social que se ofrece a los jóvenes. ¿Dónde quedan al menos las sentencias ejemplares para estos casos? ¿Dónde están esos políticos que sí consideran que los jóvenes son maduros para tener relaciones sexuales e, incluso, abortar, mientras creen que los asesinos menores son aún tiernos hombrecitos para acabar con sus huesos en la cárcel. Las prisiones españolas están plagadas de internos sin delitos de sangre tan graves y repugnantes. Pero la Justicia les ha condenado a no tener una oportunidad que a otros sí que se les permite, aunque atentaron contra el bien más preciado del ser humano, la vida. La flor del azahar está a punto de explotar en los naranjos de orillas del Guadalquivir. Y un año más, ya van dos, Marta, no podrá olerla. Un privilegio del que pronto disfrutarán sujetos como El Cuco y compañía. Estamos locos.