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ANÁLISIS DE DEPORTES

Tecnología y deporte: las dos caras del dilema

Fotografía
Por Alejandro G. NietoTiempo de lectura3 min
Deportes04-07-2010

En el mundo del deporte, práctica lúdica casi tan antigua como la propia humanidad, a la tecnología se le ha mirado siempre con el ceño fruncido. O, como en el caso de la FIFA, directamente con los ojos fuera de sus órbitas y un hacha de guerra en la mano. No ha sido fácil conseguir que disciplinas de tan pulcra tradición como el tenis o el golf, por citar dos ejemplos, abrieran su reglamento a los nuevos materiales y aparatos que la evolución nos ha brindado. Y también costó en su momento que los mandamases de esos deportes asumiesen la necesidad de dotar a árbitros y jueces de una ayuda virtual, enterrando el factor de la imprevisibilidad pero favoreciendo la aplicación de la justicia. La cuestión es complicada. En las dos decisiones posibles sobre el dilema -el de aplicar la tecnología al deporte o no- el excederse, tanto por quedarse cortos o por rebasar los límites que dicta la razón, puede desvirtuar enormemente la competición. Los dos extremos se han debatido en las últimas semanas en los que han sido, en estos días, los dos polos del planeta deportivo, Wimbledon y Sudáfrica. En el Mundial, los errores de la FIFA han quedado una vez más al descubierto. Este mismo año la comisión encargada de estudiar la inclusión de las tecnologías en el fútbol denegó tal avance, apelando a las raíces y la tradición de su deporte. Sin embargo los clamorosos errores arbitrales, por los que Joseph Blatter ha tenido que pedir disculpas en un harakiri público, han destapado lo desacertado de tal decisión y han provocado que el asunto vuelva a considerarse de forma oficial. Eso sí, de ceder, la FIFA sólo accederá a introducir un mecanismo para evitar los goles fantasma, lo cual no acaba de resolver el problema. La introducción del vídeo podría dañar la esencia del deporte, ralentizándolo y perjudicando al ritmo del juego, pero la clave está en saber aplicarlo con cabeza, estableciendo restricciones para que sólo se pueda recurrir a él en jugadas clave y con unos límites razonables. El ojo de halcón, en el tenis, es un buen ejemplo de cómo el vídeo puede ayudar al desarrollo de un deporte si se sabe introducirlo con juicio. Sin embargo, también en el mundo de la raqueta se demuestra que el no poner límites a la tecnología puede ser perjudicial. Wimbledon ha visto renacer a Thomas Berdych, un tenista que vagaba perdido en el olvido desde hace años. En enero decidió cambiar su raqueta y probar un cordaje de última generación, que da mayor efecto a la pelota y favorece a los jugadores de técnica menos precisa. Con él, Berdych ha logrado los mejores resultados de su carrera y ha estado cerca de conquistar su primer Grand Slam en la primera final que disputaba. Rafael Nadal, que sólo entiende de sentimientos, ajeno totalmente a la ciencia, fue el único capaz de pararle. Con todo, las voces en contra de estos nuevos materiales se han multiplicado, y la pelota está, otra vez, en el tejado de la Federación Internacional. Parece claro que, mientras siga avanzando la técnica, a los organismos deportivos no les faltará trabajo.